Tensiones
Frío a la
mañana, calor al mediodía. Sol, polución y altura: no siempre resulta una buena
combinación. El corazón se agita, el paso a ratos discurre en cámara lenta, y
en algunas zonas, hay que esquivar gente y autos para avanzar. O para
sobrevivir. Las calles rigurosamente vigiladas por policía y ejército en una de
las ciudades, dicen, más violentas del mundo. En julio habrá elección de
diputados, entonces la televisión se llena de avisos y promesas, de lo que se
hizo, de lo que falta, de lo que se prometió y no se cumplió: en fin, el tiempo
perdido de toda época electoral. Afuera, la realidad es otra: hay acampe
docente en algunas plazas, como en las de la República y la plazoleta
de la Reforma ,
con carpas, altoparlantes, carteles y fotos. Hay tumulto en el zócalo, las quinceañeras se toman fotos, con sus vestidos principescos, en las escalinatas del ángel de la revolución y el
domingo, en el barrio Coyoacán, feria de artesanos, almuerzo en la vereda y
boleros a todo lo que la radio da. Subo el ascensor vidriado del monumento de la Revolución y el DF se
despliega a los pies. Inmenso. Más de veinte millones de habitantes, incluidos
en la gigantesca conurbación. “Aquí fue arrasado todo, no quedó nada”, nos dice
el taxista, devenido guía turístico. “Fueron cerca de 30.000, pero nos
recuperamos enseguida”, agrega. Yo recordaba, sin embargo, el terremoto de 1972,
cuando amanecimos el 25 con la trágica noticia. “Ese no fue tan intenso”, nos
aclara. “El de 1985 arrasó con toda la ciudad; el del 72 se desplazó hacia
Managua”. Pobre México, pienso, y no termino de entender cómo al año siguiente
pudo organizar un Mundial de fútbol. “Somos ricos y pobres”, nos dice otro, resignado. “No es nueva, la corrupción viene de generación en generación”.
Barrios privilegiadísimos donde el tono de piel se aclara bruscamente y los
negocios fantasean con Europa o EU; gente que parece expulsada del mundo,
deambulando por la degradada zona del centro; autos blindados, guardaespaldas,
agentes uniformados y de los otros; torres fastuosas, hoteles donde el saludo
es en inglés. Y las fotos de los estudiantes que, de golpe, aparecen en
cualquier esquina o fachada. Heridas. México de a ratos me parece una herida, que
insiste, que persiste, que va para la gangrena. Hay hartazgo, nos dicen,
pobreza, migraciones, historias de clandestinos desesperados. Con frecuencia
nos falta el aire, como si no llegara a los pulmones, es la altura. O esta metrópolis
que asfixia, que empuja a la huída y que, al mismo tiempo, encandila con el esplendor de épocas pasadas.
FOTOS: ZENDA LIENDIVIT (Febrero 2015)