Más allá del destino individual, los hijos permiten a los padres
morirse tranquilos. En principio, porque con ellos hicieron lo único importante
para la especie: preservarla. Los niños
de Mamut, el film de Lukas Moodysson,
dan testimonio de esta urgencia temporal redimensionando el universo de
propios y extraños en una continuidad indiferente a las formas aparentemente
desconectadas. La cámara, ubicada con frecuencia en el margen y esquiva a los
planos abiertos, devela que el objetivo principal no es la cuestión social o
humana de los personajes, y sus obvias situaciones especulares, sino la
integración de los fragmentos en esa totalidad ausente. Tal vez, como los mismos mamuts, nuestros
huesos desenterrados sirvan en el futuro para fabricar bolígrafos; tal vez nos
extingamos porque olvidamos que el sentido del presente también se escribe en
el futuro. Sin continuidad, o lo que es lo mismo, sin posibilidades de
transmitir el legado, lo único que queda,
aquí, en Nueva York, en Bangkok o en una remota aldea filipina, es la
desesperante trivialidad camuflada de artificios civilizatorios. Gloria,
la niñera filipina, y Ellen, la prestigiosa cirujana neoyorquina (y de alguna
manera también la prostituta tailandesa), toman consciencia de ello a través de
la catástrofe: los cuerpos violentados de
los niños reubican las cosas en su lugar. Por lo menos, provisoriamente.
Directora de Revista Contratiempo
jueves, 25 de octubre de 2012
martes, 23 de octubre de 2012
BORGES: ESPACIO, LITERATURA Y POLÍTICA
ANTICIPO EDITORIAL / SALE A FINES DE OCTUBRE
Los estilos de BORGES:
Los estilos de BORGES:
entre
la nación y el universo
ZENDA LIENDIVIT
Ensayo
/ Colección Espacio, Literatura y Política
Sumario:
El barrio y la eternidad:
La primera fundación / El puerto, las orillas, la
extranjerización de Buenos Aires /
El fragmento y el barrio / La Modernidad transversal / Aristocracia y masificación /
La eternidad y la caducidad …
El fragmento y el barrio / La Modernidad transversal / Aristocracia y masificación /
La eternidad y la caducidad …
(Luna de enfrente; Carriego; Hombre de la esquina rosada;
Sentirse en muerte;
Fervor de Buenos Aires, etc.)
Fervor de Buenos Aires, etc.)
Historia de una emboscada:
Instrumentalidad y
artificio / Del mito a la pesadilla / El tiempo y el espacio /
La metrópolis moderna y posmoderna /
Literaturas menores / Efectos de una literatura canonizada …
(Ficciones; El escritor argentino y la tradición, etc.)
La metrópolis moderna y posmoderna /
Literaturas menores / Efectos de una literatura canonizada …
(Ficciones; El escritor argentino y la tradición, etc.)
Textos precursores
Poe, Kafka, Döblin, la Modernidad metropolitana, Los
nuevos orilleros
miércoles, 3 de octubre de 2012
ACTUALIDAD / CRÍA CUERVOS
Cría cuervos
Qué peligrosos resultan estos diagnósticos que se lanzan como piedras sobre inexistentes sujetos colectivos, apuntando justo al corazón de las debilidades humanas. Peligroso por varios motivos: el más obvio es que los que los formulan no son psicólogos, psiquiatras ni nada por el estilo (Nietzsche, que era filósofo-psicólogo, ha muerto y no dejó herederos). Después, porque el resentimiento siempre funda esclavos. Y finalmente, porque la argumentación es tan reductiva y sobre todo descalificadora, que no promueve al paso siguiente. Clausura antes de empezar. Es llevar la discusión política al subsuelo. Algo así como cuando en la infancia decíamos “te voy a acusar con tu mamá”, “me hace burla” y demás. Aunque hay un estereotipo detestable tanto del hombre como de la mujer de clase media, muy bien retratado y sobre todo con más gracia por Arlt, hay que reconocer también que con los estereotipos jamás se hizo nada demasiado creativo. La carne y el hueso reclaman otros tratamientos (y ni qué decir si después se los va a necesitar para el voto). Una cosa es la actitud polémica, siempre vital y activa, y otra, la actitud incendiaria, reactiva, que luego protesta al quedar entrampada en su siembra. La Argentina, por historia, debería tener un poco más de cuidado con estos usos de la violencia, sobre todo cuando parten del poder. Nadie podrá decir que es lo mismo que un ciudadano o un grupo de ciudadanos comunes vociferen o deseen muertes grupales a que lo haga un gobierno. Nunca es la misma responsabilidad. Son exabruptos: la gente suele ser así cuando se transforma en horda, un poco bravucona suele dejar cementerios virtuales a su paso. Maldecir es privilegio del pueblo, no de sus gobernantes. Y no dejarlo pasar, es mostrar una debilidad extrema, una inseguridad desconcertante. Como si se oliera el miedo. Y esto nos lleva a otro razonamiento: el miedo también esclaviza. Deja flancos demasiado abiertos para que aquellos otros poderes, agazapados en la sombra, den el zarpazo servido en bandeja por el argumento pasional, por la provocación gratuita. Al fin y al cabo, cuando la comunicación se reduce a esa mínima expresión, ¿cuál es el paso siguiente? El mismo que en la infancia cuando alguien nos hacía burla, nos ostentaba lo que no teníamos, lo que no éramos, lo que deseábamos: acorralados por la afasia y la impotencia, asestábamos el manotón al cuerpo del otro y con eso zanjábamos la cuestión. Nos íbamos a cenar, a dormir y a esperar el día siguiente para volver a jugar con nuestra víctima-verdugo. Pero avisamos: la infancia se terminó.
Qué peligrosos resultan estos diagnósticos que se lanzan como piedras sobre inexistentes sujetos colectivos, apuntando justo al corazón de las debilidades humanas. Peligroso por varios motivos: el más obvio es que los que los formulan no son psicólogos, psiquiatras ni nada por el estilo (Nietzsche, que era filósofo-psicólogo, ha muerto y no dejó herederos). Después, porque el resentimiento siempre funda esclavos. Y finalmente, porque la argumentación es tan reductiva y sobre todo descalificadora, que no promueve al paso siguiente. Clausura antes de empezar. Es llevar la discusión política al subsuelo. Algo así como cuando en la infancia decíamos “te voy a acusar con tu mamá”, “me hace burla” y demás. Aunque hay un estereotipo detestable tanto del hombre como de la mujer de clase media, muy bien retratado y sobre todo con más gracia por Arlt, hay que reconocer también que con los estereotipos jamás se hizo nada demasiado creativo. La carne y el hueso reclaman otros tratamientos (y ni qué decir si después se los va a necesitar para el voto). Una cosa es la actitud polémica, siempre vital y activa, y otra, la actitud incendiaria, reactiva, que luego protesta al quedar entrampada en su siembra. La Argentina, por historia, debería tener un poco más de cuidado con estos usos de la violencia, sobre todo cuando parten del poder. Nadie podrá decir que es lo mismo que un ciudadano o un grupo de ciudadanos comunes vociferen o deseen muertes grupales a que lo haga un gobierno. Nunca es la misma responsabilidad. Son exabruptos: la gente suele ser así cuando se transforma en horda, un poco bravucona suele dejar cementerios virtuales a su paso. Maldecir es privilegio del pueblo, no de sus gobernantes. Y no dejarlo pasar, es mostrar una debilidad extrema, una inseguridad desconcertante. Como si se oliera el miedo. Y esto nos lleva a otro razonamiento: el miedo también esclaviza. Deja flancos demasiado abiertos para que aquellos otros poderes, agazapados en la sombra, den el zarpazo servido en bandeja por el argumento pasional, por la provocación gratuita. Al fin y al cabo, cuando la comunicación se reduce a esa mínima expresión, ¿cuál es el paso siguiente? El mismo que en la infancia cuando alguien nos hacía burla, nos ostentaba lo que no teníamos, lo que no éramos, lo que deseábamos: acorralados por la afasia y la impotencia, asestábamos el manotón al cuerpo del otro y con eso zanjábamos la cuestión. Nos íbamos a cenar, a dormir y a esperar el día siguiente para volver a jugar con nuestra víctima-verdugo. Pero avisamos: la infancia se terminó.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)