miércoles, 28 de enero de 2015

NOVEDADES EDITORIALES ENERO 2015 / ZONA DE PASO

La reedición de una novela constituye siempre un desafío. Correcciones y agregados atentan contra aquello que le dio origen, que suele quedar sepultado entre sus páginas como un secreto que va sufriendo sus propias transformaciones. Vana ilusión. O síndrome de Pierre Menard y el tiempo como constructor de autores, lectores y lecturas. Imposibilidad entonces de volver sobre lo escrito: esta segunda edición de Zona de paso, catorce años después, es irremediablemente otra novela. Hay también una segunda parte en construcción. Y el deseo de una trilogía.
(Prólogo a la 2° Edición de "Zona de Paso" / 
Contratiempo Ediciones, Enero 2015)

lunes, 19 de enero de 2015

NISMAN, EL ETERNO RETORNO

Nisman, el eterno retorno
Dos de la mañana, estoy escribiendo. Un poco dispersa por la pesadez, el aire enrarecido, no hay caso, el verano aunque venga moderado es denso. Estoy escribiendo y como siempre, como distracción, ubico al azar cualquier diario digital, “incidentes en la casa de Nisman”, dice uno, y claro, me imagino, teoría conspirativa suelen argumentar aquellos que hacen de la simplificación un arte de vida, me imagino que están creando el clima para hoy, reflectores, prensa, legisladores ofuscados y el fiscal estrella. Sigo de largo, sigo con mi propio escrito, segunda novela, crímenes, venganzas y luchas de poder, de generación en generación: el proyecto, la gran novela sudamericana que cualquier escritor sueña con escribir, la que condensa el espíritu de la época, esas que cuando se las lee uno cree estar allí mismo, palpando la atmósfera, el clima, respirando lo ya respirado, actualizando el pasado que reclama en el propio presente que agobia. Y entonces alguien me avisa, “¡murió el fiscal de la Amia!”. La reacción, la negación, la estupidez que casi sale a flote, “solo están haciendo disturbios”, pero no, lanzo un grito ahogado, imperceptible, creo que me pongo pálida, algo me lleva como una automáta al control remoto, a la televisión, a las imágenes, ya son las 3 y 20, y los zócalos, y el fondo rojo, la música catástrofe. Y Puerto Madero, y Berni, y la fiscal y la policía científica (que en nada se parecen a los de CSI), y las especulaciones periodísticas. Y claro, una catástrofe, muere un fiscal a pocas horas de la gran revelación. Y circulan, en simultáneo, los sospechosos que de tan obvios se tornan absurdos, como si el ladrón dejara en cada atraco su tarjeta personal; twitter “arde”, ya tiene a los culpables, con fotos, identikis y videos incluidos. Más interesantes, sin embargo, me resultan los que están en las sombras. Agazapados, esos que acechan de día y de noche, no descansan ni duermen, listos siempre para dar el zarpazo. Desde el pasado que, parece, no descansa jamás.

domingo, 18 de enero de 2015

BOYHOOD: LAS FORMAS DEL AHORA

Las formas del ahora

“Siempre parece ahora”, afirman los jóvenes de Boyhood; una sucesión de presentes. O, en todo caso, nosotros somos el tiempo: este es el mayor desafío de Mason, el protagonista con aires heideggerianos del hermoso film de Linklater, frente a una sociedad que piensa y se estructura exactamente al revés. Malestar del hombre moderno que al crecer se olvida de aquel principio fundamental, del arte en las paredes del barrio, de las rocas talladas como flechas, de los duendes, de esa comunión original entre el cuerpo, el aire y el cielo observado desde el pasto húmedo del jardín de la infancia. Porque claro, esta suspensión tiene sus costos: los personajes se encuentran a veces tan desconcertados como los de Kafka. Y como ellos también, se constituyen en dispositivos eficaces que operan tanto para la apertura como la clausura, que se tensan hacia delante, se arquean hacia atrás, que relacionan lo que está allí, lo que estuvo y lo que vendrá. Y entretanto, algo que se escapa irrecuperable y que se materializa en sus propios cuerpos que declinan. Pero si en el film no hay sujeto que se apropie del tiempo ni del relato, tampoco hay fuerzas opuestas que lo motoricen, ni una trama que sostenga la ficción. Son aquellos momentos seleccionados que no encadenan sino, todo lo contrario, emancipan, que liberan de la tentación de buscar causalidades y estructuras cerradas. Momentos como estallidos, a veces leves, a veces imperceptibles, casi azarosos, que aspiran, sin embargo, a una forma, a un sentido. Instantes que testifican la insuficiencia del presente, que certifican el movimiento, el deterioro y la muerte. Que sueñan profundidades: en Bobyhood es la vida misma que busca, desesperadamente, a aquellos autores expulsados de la infancia. (Mágica actuación también de los niños y adolescentes). 
La fotografía es, desde Benjamin, la forma de reproductibilidad técnica por antonomasia. Por lo que resulta interesante que el incómodo Mason fuera, o quisiera ser, fotógrafo. Claro que no cualquier fotografo: aquí la mirada pasa a primer plano. Las cosas están allí, indiferenciadas, susceptibles de ser trivializadas (como en el caso de los fotógrafos en serie que el profesor intuye tiene en su clase): solo un espíritu diferente podrá captar aquéllo que al "espíritu mundano" se le pasa por alto. Y lo hará desde el mismo corazón de la técnica que el propio Mason critica al repudiar la existencia al instante y a la carta de las redes sociales. Allí no hay ni habrá nada: el ahora siempre estará en otro lado.En esas imágenes auráticas que extrae de su Canon o en el grito feroz de los amigos, replicado en el eco eterno del precipicio.

miércoles, 14 de enero de 2015

APÓSTATAS Y ESTABLOS

Apóstatas y establos
Para ciertos espíritus, no hay nada peor que la libertad. Pero no cualquier forma de libertad sino una en particular: la de los instintos. Aquella que se entrega a la vida con el único horizonte del goce. Una libertad desprejuiciada, atemporal, que rompe con impunidad cercos, reglas y hábitos no tanto judiciales sino mentales y epocales (no confundir con las transgresiones rigurosamente vigiladas, solventadas por las corporaciones del ocio y el arte, de la actualidad). Al espíritu del resentimiento esta libertad lo enloquece, le actualiza, de una manera dolorosa, su propia obediencia y sobre todo, la historia de la misma: ¿En qué momento entramos al establo? Y aún más, la máxima irritación tal vez: la falta de culpa del trasgresor. Vociferará en contra del que hace lo que quiere, en detrimento de lo que la época espera, mucho más fuerte que en contra del estafador o el ladrón, que en apariencia conserva las formas. Por eso los artistas y los libertinos, sobre todo las mujeres, que nacen con ese espíritu y no se domestican jamás, fueron y son tan perseguidos en todos los tiempos. Son los juicios por afrentas a la moral, entablados contra Flaubert y Baudelaire a mediados del siglo XIX. Uno por "Madame Bovary" y el otro por "Las Flores del mal". Sí, nos da risa. La misma que retumbará dentro de un siglo frente a los argumentos con los que hoy enviamos a la hoguera, o acribillamos a balazos, a nuestros díscolos e indisciplinados. Dos fragmentos de Jünger:
“El autor está destinado a los libres senderos, que corren por medio de los bosques y tiene que aceptar sus peligros. No puede sentirse bien en las reservas naturales, aún cuando pertenezca a los animales a los cuales está prohibido tirar”.
“Siempre hay en un autor, sea revolucionario, reaccionario o indiferente, algo de apostasía respecto de su época. En esto se lo reconoce, y por esto se lo persigue, aun cuando se ocupe de las estrellas o de los protozoarios”.

viernes, 9 de enero de 2015

MICROFASCISMOS


Microfascismos

Por estos días, el hacerse cargo o no de la leyenda “Todos somos Charlie” es tanto un asunto privado como colectivo. Diríamos, de empatía antes que de corrección. Como portar el cartel con los estudiantes masacrados en México o, incluso, el de nuestros propios desaparecidos. En todo caso, cada uno, como persona (personare, hacer sonar una voz) habitará a su manera el lenguaje para dar cuenta de la atrocidad. El problema empieza cuando ese “no ser Charlie” vocifera hasta volverse ruido. Cuando representa la necesidad de exigir credenciales a las víctimas y que éstas, al no cumplir con nuestras expectativas, emocionales, políticas, comunicacionales o de simpatía, irrumpen en escena y desplazan de golpe a la propia atrocidad. O mejor dicho, irrumpe en escena nuestra incesante vocación de jueces todopoderosos que necesita, a toda hora y en todo lugar, ratificarse en su capacidad pensante. Algo muy saludable si no fuera que toda palabra, toda reflexión, es un acto político que tiene su lugar y su tiempo para ser enunciada. Esto es tan viejo como cierto: en el velorio, por lo general, no se habla mal del difunto. Este desplazamiento de la mirada desde los cuerpos suprimidos violentamente a la expresión “yo no soy ellos” no solo genera un área de opacidad alrededor de un hecho atroz sino que lo ubica en el mismo nivel que su interpretación. El “Yo soy Charlie” surge como un grito desesperado: es la respuesta, primitiva y primera, de un ser humano escandalizado por la suerte de otro, que tranquilamente podría haber sido él (aquí Bertold Brecht); el “Yo no lo soy” es todo lo contrario: estoy vivo porque yo no soy ese. Ambos son susceptibles, como todo el resto de las cosas en este mundo, a manipulaciones varias. Pero el lenguaje es tan vital como peligroso; no es una cosa en sí a la espera de ser tomada, ni de ser repetida como loros. Vivimos en él, nos constituye pero también nos destituye: en nosotros radica, siempre, la libertad de la última palabra.

NOVEDADES EDITORIALES ENERO 2015 / ZONA DE PASO

ZONA DE PASO
Zenda Liendivit
Novela | Col. Literatura Argentina
Contratiempo Ediciones, 2015

Un poeta que ya no puede escribir versos; una extraña y poderosa mentalista; un famoso ladrón de principios de siglo XX; un joven pistolero sin escrúpulos; un profesor académico poco fiable y otros seres que rondan las diferentes formas de la marginalidad urbana: son los habitantes de una Buenos Aires que, desde el Once hasta La Boca, pasando por Av. de Mayo y París, los va acorralando hacia sus destinos en un tiempo que se emancipa de la cronología y busca sus propias representaciones. Y en estas tensiones, en ese juego de correspondencias geográficas e históricas, en la lengua que se extraña a sí misma, en sus temblores y delirios, en esos discursos que se entrecruzan y a veces se asemejan peligrosamente, en la construcción de la ficción como forma de salvación, hay una travesía estética: la del hombre que debe descifrar los signos, otorgar formas a lo informe, para no quedar capturado en el mecanismo de la modernidad. Porque al fin y al cabo, "Zona de paso" trata sobre el destino, la historia personal, que también es la historia de un pueblo, la experiencia y la memoria en un presente de indigencia, que es también el nuestro.
"Zona de paso", novela de Zenda Liendivit (arquitecta y pensadora), fue publicada por primera vez hace catorce años. Contratiempo Ediciones la reedita ahora, corregida y a la espera de una segunda parte, ya en construcción.

jueves, 8 de enero de 2015

FITZGERALD (2) / ARTIFICIOS

Artificios

Los años felices: Jazz, literatura y cine. Alcohol y prosperidad económica. Burbuja especulativa y terrible fin de fiesta. Nada de historia: todo es, al fin y al cabo, ficción. ¿El derrumbe del novelista sobreviene cuando, a manera de los lanzallamas de Arlt, roza los bordes de lo real? ¿Cuando, como afirma él mismo, se identifica con los objetos de su horror? ¿Cuando se interrumpe esta maquinaria ficcional, se toma un respiro y nada, se topa con la nada? El crack, jueves negro y recomposición de la maquinaria: en la misma década surge el cine sonoro. El show siempre debe continuar (Los Angeles-Nueva York, y el mundo entero como destino inmediato)


"La mayor y más brillante borrachera de la historia"; "Éxtasis"; "Talento artificial como la Era de la Prosperidad"; "Derroche"; "Agitación nerviosa, histeria": "El Crack Up" es desmantelamiento de una poética, como el niño que desarma el juguete preferido para ver que hay adentro. No siempre la imagen es agradable. Pero el niño lo lanza a la basura o rearma el desecho en una nueva imagen. El niño tiene tiempo. El problema de Fitzgerald no es que se quedó sin tiempo sino la naturaleza de ese tiempo pasado, cuando el juguete aún estaba armado. El reconocimiento, a costa del derrumbe, del artificio como constructor de una década, de una obra, de una persona. ¿Borges lo comprendió mejor y se resguardó? ¿O insertó su obra sobre la experiencia de la catástrofe ya consumada? La Nueva York de Fitzgerald actúa sobre el novelista en vivo; la Buenos Aires pesadillesca de Borges se funda, diríamos, al día siguiente.

lunes, 5 de enero de 2015

FITZGERALD / EJERCICIOS DE DEMOLICIÓN (1)

El Crack Up: 

Primera aproximación a Fitzgerald

Vértigo y ruina, esplendor pasado devenido catástrofe reciente. Eso es lo primero que se me ocurre cuando leo, también por primera vez, a Fitzgerald. Surge Benjamin (se sabe: nadie puede desprenderse de su pasado ni tampoco de esos autores con los que se crió) y aquel maravilloso texto de Angelus Novus y el ángel de Klee. Entonces, esa costumbre de entablar vecindades, tradiciones, influencias: surge el imperioso deseo de aquietarlo. De que esa grieta que abre a cada paso no me arrastre. Tarea dificultosa: su escritura misma es un agujero que absorbe y repele. Que sustrae el suelo común y deja al lector en la misma posición en la que se encuentra él, derrumbado. Experiencia molesta. Una imagen maravillosa, y ¡ay! un golpe inesperado, algo nos estalla en las manos, el souvenir que trajimos del último viaje, el primer libro publicado o nuestros últimos 20 años de vida. Efecto topadora que no distingue valoraciones. Palabras y sintaxis que explotan como vidrios cuyos pedazos quedan desparramados en el piso, invisibles, a la espera de pies descalzos. Así es este escritor endemoniado que parece propinarle todo tipo de jugarretas al lenguaje. ¿Alta cultura?, ¿viejas tradiciones? Ya veremos, apenas me estoy aproximando. Es literatura de Estados Unidos, no es por supuesto ni James ni Poe. Es la generación perdida, de la que conozco bastante poco. Ocurrió una guerra, una debacle financiera mundial, hay restos, ruinas, suicidados y locos internados en manicomios. El célebre y filosófico “Comment dire” de Beckett traducido al pragmático “What is the word?, me sirve por el momento, para el desplazamiento de la mirada, de una tradición a otra, para ubicarme, por lo menos.