lunes, 24 de mayo de 2010

Espacios del Bicentenario

Vamos, subiendo la cuesta


Las críticas previas a la implantación del escenario y eje principal de los festejos por el Bicentenario obviaron, por lo menos, toda la connotación simbólica de dichos espacios. Ésta no es tanto a nivel histórico (aquí el eje recaería en la desplazada Av. de Mayo y en la Plaza) sino en cuanto a la consolidación de la idea del centro como generador esencial de la vida metropolitana. Desde hace tres días la ciudad está de fiesta. Y la fiesta ocurre en el corazón de la metrópolis, en ese centro mítico hoy bastante devaluado por las transformaciones que apuntan al cuentapropismo urbano. El espíritu pragmático, las leyes de la comodidad, el mal humor por las interferencias de la rutina diaria, sustentaron el rechazo previo. Sin embargo, el espectáculo de las multitudes, venidas de todas partes, que se vuelcan ansiosas por estar y participar, tomar la ciudad y hacerla serpentear desde su mismo corazón neurálgico, ratifica una vez más que la vida emocional de una zona –o la memoria del centro- suele ser más poderosa que cualquier estrategia oportunista de proyectación. El lugar común del obelisco abandonó la metáfora y se transformó en hecho concreto: de trillado símbolo de la porteñidad adquiere, gracias al factor humano que se sintió convocado, el brillo de la diferencia, el peso de su propia historia, la recreación de espacio generador de hechos políticos e históricos. Por unos días, Buenos Aires vuelve a ser pensada como tránsito casi obligado de la periferia al centro. Algo está pasando allí y, lo sabemos muy bien, los números redondos son poderosos, esto no ocurrirá a menudo. Desde el ágora griega, y aun más atrás, la geografía urbana configura la vida política de una ciudad y, a la vez, el hecho político queda sustentado, o legitimado, en el espacio –ocurre allí y solamente puede ocurrir allí. Habría que ver, entonces, cuando termine la fiesta, cómo esos espacios centrales miran a la periferia (no sólo a los barrios menos favorecidos sino al resto del país) y qué irradiaciones se producen en ambas direcciones. Irradiaciones que deberían ser constructivas para ambos y no parasitarias o fagocitantes.

martes, 11 de mayo de 2010

FUTURISMO EN EL PROA

Cretinetti desespera a Dios y a todos los santos –la expresión no es metafórica- y es rechazado en el Cielo; termina en el infierno y todo hace suponer que allí también hará lío. En el film anterior, el mismo protagonista recurre a todo tipo de artilugios para sacarse de encima a sus acreedores. Y lo hace a través del movimiento constante, que provoca formas impensadas a través de cuerpos que se contorsionan, se atraen y se expulsan a la vez. Y hay más, una relación de tres contada desde los pies, la belleza de la máquina en movimiento y una lucha de monstruos mecánicos –antepasados precoces de los superhéroes actuales- conforman algunos de los films del ciclo de Cine Futurista que se está exhibiendo en el Auditorio de Proa. El objetivo central del Futurismo, como el de todas las vanguardias estéticas de principios del XX, es precisamente que los sentidos se pongan en movimiento, que se despabile la conciencia creadora como forma de autoconciencia y de libertad. Así sea en la arquitectura, en el cine o en la literatura, el Futurismo fijó su horizonte en el cielo, en el movimiento constante, en la exaltación enfervorizada de la técnica y en la violenta transfiguración de los espacios. Un mundo debía morir y allí estuvieron sus verdugos.
Más información:
Sitio de Proa

sábado, 8 de mayo de 2010

Noches del Paraguay / Chopería del Puerto

Cerveza, romance y nostalgia

A contrapelo de la historia, de lugar fundacional y generador de ciudad, el centro de Asunción padece los efectos de los actuales criterios urbanísticos de metropolización. La constante expulsión de las actividades del casco histórico hacia periferias más espaciosas y modernas y el consecuente abandono de aquél. El centro de Asunción, a la noche, está desierto. Y la expresión es literal. Más que pueblo fantasma, las calles parecen la escenografía olvidada de una película que suspendió su rodaje. No hay nadie, ni autos ni gente. De tanto en tanto, muy de tanto en tanto, uno se topa con algún mendigo o algún móvil policial. Caminar por Palma o Estrella a las diez de la noche es escucharse a sí mismo y, a veces también, reflotar el antiguo temor infantil de sombras y pasos que nos acechan en la oscuridad. La zona portuaria, sin embargo, resiste con sus reductos: hay choperías y karaoke para el turismo, cabarets de poca monta y sitios indescifrables para la población marginal. La Chopería del Puerto está en los confines de Palma, allí donde ya se presiente la presencia del río; es el bar de moda y alternativo al ocio acomodado de Villa Morra o Los Laureles. Esa noche de lunes hay poca gente. Un sólo salón en penumbras, que se desmaterializa en la vereda, atestada de mesas y sillas, de cuyas paredes cuelgan anclas, redes, fotos antiguas y elementos portuarios varios. En la barra, ubicada en el medio, un par de parroquianos bebe en silencio y mira la nada. La atmósfera es tan lograda que, en cualquier momento, podrían entrar los marineros y golpeando la mesada, exigir cerveza y mujeres. Pero nada de eso ocurre. La moza, una joven morena que tiene un ligero tono portugués, nos sugiere la especialidad de la casa que no está en la lista, lomo con base de salsa de cerveza que resulta exquisito. A las diez en punto, un guitarrista solitario ocupa el fondo del salón y arremete con temas viejos. Ven, que el tiempo corre y nos separa, la vida nos está dejando atrás… canta y no se parece a Roberto Carlos pero está bien. El lugar se sigue poblando; a pesar del frío, los más jóvenes prefieren la vereda. En las inmediaciones, el silencio sólo se quiebra por el karaoke que amenaza los oídos y por chicos que brindan por lo que sea. El resto, desierto. El fin de semana esto se llena, nos dice el encargado. Para que todos sepan, a quien tú perteneces, con sangre de mis venas te marcaré la frente… exagera el otro. Rosamel Araya en un bar de marineros, pensamos, y suena medio contradictorio aunque no tanto. En última instancia, la zona –excluyendo a estos pocos sitios de moda- está como cuando éramos chicos. Que es una forma de decir que se mantiene igual a sí misma a través de los siglos. Aquí no hubo topadoras sino un leve reciclaje, de allí cierto aire nostálgico que la envuelve, una forma de resguardo de la mitología portuaria a fuerza de abandono que sobrevive entre galpones, tinglados, luces rojas y algún edificio de estilo de tiempos mejores.


jueves, 6 de mayo de 2010

Crónicas paraguayas / EL NORTE


A nuestra llegada a Asunción, a fines de abril, se decreta el Estado de excepción en cinco departamentos del norte del país. El motivo es el EPP (Ejército del Pueblo Paraguayo), que opera en la zona de Concepción y que se ha vuelto un dolor de cabeza para todo el mundo. El Vicepresidente Franco (una versión paraguaya de Cobos, en cuanto a su enfrentamiento con el Presidente), habla en los medios y afirma que Lugo no hará nada para atrapar a los guerrilleros, que la medida es solamente un tranquilizador de conciencias espantadas por las noticias de secuestros, recompensas y asesinatos ocurridos últimamente en la zona. Lugo, entonces, refuta y afirma que sí, que la intención es capturarlos, y no solamente, incluso matarlos. Por esos días se produce también un atentado contra el senador liberal y periodista, Robert Acevedo, en el departamento vecino de Amambay, específicamente en Pedro Juan Caballero. El hombre se salva de milagro, según ABC Color, y acusa al narcotráfico y a otras mafias que operan en la zona; mueren en cambio dos de sus custodios. Además de la pobreza extrema, la precariedad laboral, las inclemencias del clima y de la geografía de montes y esteros, la desnutrición y la ignorancia, el norte del Paraguay se halla asolado, desde tiempo inmemorial, por bandas criminales, y más recientemente por guerrillas rurales y ahora por militares. Frente a la cada vez más floreciente zona central, el norte parece condenado a un destierro eterno, una suerte de excomunión en el propio territorio donde más que habitar se vagabundea o se sobrevive, al azar de los bandoleros de turno. Una forma de extranjería de la que nadie se hace cargo, ni la dictadura del pasado ni las democracias actuales, como si fuera una situación natural, una suerte de maldición bíblica heredada a través de los siglos y estigmatizada, encima, por el carácter de zona de paso hacia el Brasil. O, en el peor de los casos, como escenario recordatorio de la gran derrota final de la guerra del 70.