Nada interesante pasó los días siguientes, nada que justificara el relato, salvo que la masacre no salió en medio periodístico alguno, el bar se limpió y abrió, también como si nada, al día siguiente. Sarah, que de ella se trata, tampoco volvió al lugar, Barracas le traía malos recuerdos pero aún así, no pensó, por lo menos entonces, que otro más, tal vez el definitivo mal recuerdo de su vida se había gestado en aquel desencuentro. Por ese motivo, el rostro de Suarez quedó grabado en su memoria como lo último que ella vio la noche en que tendría que encontrarse con Ariel, que jamás apareció. El tiroteo y Ariel, y la masacre y los cuerpos acribillados, y la sangre y los guardaespaldas o no, quizá por una rara piedad del destino, no se unieron inmediatamente, no fueron la causa o la excusa de la desaparición de Ariel. Ariel, para Sarah y durante un buen tiempo, tan sólo faltó a la cita. Sarah tampoco hizo demasiado por encontrarlo, algo que después a cualquiera que conociera su historia podría haberle desconcertado. Pero eso sería si Ariel ya era ese Ariel que la torturaría en el recuerdo. Porque cuándo Ariel empieza a ser recuerdo es siempre difícil de precisar. Lo cierto es que en ese momento, esos días, ese tiempo, que ahora surge, se agiganta, se retuerce, ella no lo buscó, él todavía era una realidad tangible, aunque del cuerpo no tuviera noticias. Sarah se había enamorado de Ariel, como ocurre muy a menudo, sin darse cuenta. De golpe él rompió la cotidianeidad donde se movía y se transformó en algo singular, en relieve puro, Sarah se sintió ligera, como si de pronto flotaba en las nubes. Ocurrió una noche cualquiera cuando ella llegó al descubrimiento y cayó enferma. Ninguna posibilidad, sin embargo, le dio a ese hombre que en todo relato romántico funcionaría como el que por fin apareció. Sí, por fin apareció pero ya Sarah intuía, acertadamente como se verá después, la imposibilidad de cualquier redención, por lo menos en ese tiempo presente. ¿Pero cuál era aquel presente que le impedía la felicidad del amor encontrado? Precisamente, Ariel. Con tono tranquilo, casi distante, le hablaba de cosas sabidas por ella, algo remoto escuchaba detrás de sus palabras, como si el conocimiento viniera de mucho tiempo atrás, incluso anterior a ellos. Un secreto compartido que los hacía entrar en comunión y que de alguna forma los volvía cómplices. Lo que Sarah experimentaba era, desde luego, el amor pasional con toda su fuerza arrasadora. Tal vez por primera vez. Pero a pesar del cuerpo y el espíritu convulsionados, era justamente esa complicidad la que presionaba en contra de cualquier posibilidad. Era su pasado el que estaba en juego de ser compartido y era Ariel tanto el destinatario como el posible conocedor del mismo. Dejarlo entrar equivalía a un riesgo que Sarah no pudo, no supo, no quiso, o lo que hubiera sido, afrontar y esa duda, ese instante en que no tomó la decisión es el que todavía veinte años después la seguía persiguiendo y, al final de cuentas, el que le había trazado el futuro. Por eso no lo buscó inmediatamente, lo tomó como un tiempo de espera, habían convenido encontrarse en Barracas, ella había llegado tarde, no había insistido en entrar al bar porque un matón se le había puesto delante y le había informado que ya estaba cerrado. Apenas eso pasó esa noche.
(Novela-ensayo en construcción)