Tres niños descubiertos, en perfecto estado de
conservación tras 500 años de entierro en la cima del volcán Llullaillaco, a 6700
metros de altura, durante una expedición arqueológica en 1999.
Están "exhibidos" en el Museo de Arqueología de Alta Montaña de Salta.
Niños-ofrendas para aplacar a las montañas sagradas, pedir favores o preservar
dinastías. La vi a ella, a la niña del rayo. Mientras contemplaba ese rostro precioso, ese cuerpo
aterido seguramente por el frío, ese ajuar lujoso, no me decidía si la atrocidad
que me revolvía ligeramente el estómago radicaba en las costumbres incaicas o
en esa tecnología interdisciplinaria que a través de la criopreservación traía
cuerpos del pasado, como si hubieran muerto ayer, y de los que se podía saber
qué enfermedades padecían (la doncella tenía bronquiolitis; los dos más
pequeños, gozaban de excelente salud). Dos tecnologías en pugna. La ofrenda
sagrada que por geografía se garantiza la eternidad y la investigación
científica que la ultraja. En el salon de los videos explicativos me bajó la
presión; o me subió. En todo caso, mi cuerpo también se puso en juego. Así es
el norte andino; así también es occidente y sus progresos.