Confirmación
La ficción de HBO narra
el caso de Anita Hill y su denuncia por acoso sexual, sufrido hacía 10 años
atrás, contra un juez, entonces su jefe, próximo a ser nombrado para el
Tribunal Supremo. J. Biden, el actual presidente, dirigió las sesiones del
comité investigador, que al parecer mantuvo en vilo a la audiencia de todo el
país.
La declaración de Hill estuvo poblada de detalles específicos sobre
tamaños de partes íntimas, apodos, incitación a la pornografía, palabras
soeces, invitaciones a salir, etc. por parte del juez. Este, afroamericano como
su acusadora, no solo negó rotundamente los hechos sino que sostuvo que se
trataba de un linchamiento público y que la principal razón era, precisamente,
su ascendencia; hizo especial hincapié en que la mujer narró con lujo de
detalles todos los estereotipos y prejuicios, a nivel sexual, que pesan sobre
dicha procedencia. Siempre será difícil ser negro en este país, reflexionó en
un momento de su intervención frente al comité (y los cientos de millones de
espectadores), conformado por senadores demócratas y republicanos, todos
blancos, rubios y probablemente de ojos azules.
Según la ficción, el descargo
que buscaba las razones de la denuncia en la pertenencia a una minoría,
eternamente perseguida y prejuzgada, inclinó la balanza a favor del juez, que
logró el cargo supremo una semana después. Hubo otra mujer, a la que no dejaron
atestiguar, que también dijo que el hombre la había acosado. Este respondió que
la tuvo que despedir porque la chica comentó sobre la homosexualidad de un
compañero de trabajo. Después, solo personas que, de un lado y otro, afirmaban
que era imposible que hubiera ocurrido lo que decía la parte contraria. Es
decir, opiniones. A Hill la sometieron a un interrogatorio nada complaciente.
Había dos cuestiones que levantaban suspicacia: una, que la mujer hubiera
declarado justo la semana que se produciría la votación para el Tribunal
Supremo, ¿por qué no habló antes en estos diez años?, quisieron saber. La otra,
que ella lo había ido a visitar al juez, cuando ya no trabajaba para él ni
aspiraba a carrera política alguna (era docente universitaria), en dos
ocasiones.
Las preguntas que le hicieron en las sesiones, por otro lado, no
diferirían demasiado a las que plantearía cualquier abogado en un juicio frente
a una denuncia de esa naturaleza. A la justicia se la representa con vendas en
los ojos: esto habría que recordarles a “lxs” que vociferan por la “perspectiva
de género”. Lo que ya es un disparate de por sí. Si hay delito, sea de un
hombre hacia una mujer o viceversa, el sistema jurídico siempre exigirá
pruebas. Que tendrán que ir más allá de la palabra del denunciante, si no
queremos volver a una caza de brujas.
Ser mujer no es un privilegio, mucho
menos un instrumento para que poderes en las sombras instauren un sistema
policial de pensamiento, una moralidad y cultura victorianas y, encima, un
lenguaje absurdo, que solo agrietan las posibilidades de una vida solidaria. El
acoso que todas padecimos y padecemos todavía responde a un modelo de sociedad,
apañado y alentado durante siglos por ambos “géneros”.
El cambio tendrá que
venir desde abajo, desde las estructuras básicas. Incluidas la educación y las
costumbres y conductas domésticas. Y por supuesto, de las mismas mujeres y hombres,
claro está. Unos, no usando el poder o la fuerza física para revertir un “no”;
las otras, no usando su condición de mujeres para lograr privilegios o vías rápidas
para acceder a trabajos, ascensos, cargos, títulos, etc. Alguien tenía que
decirlo, ¿no?