Rajadura

Semana santa en El Palmar,
en carpa, en grupo. Uno de esos tantos programas con los que atosigaba mi vida
universitaria y sobre todo, la militancia estudiantil. Con gente siempre
alrededor, por todos lados, compañeros y compañeras a los que, con la liviandad
de la edad y la obligación moral de la solidaridad antiburguesa, muchas veces llamaba
amigos, más por cercanía física que por empatía. Aquella salida no aceptaba sin
embargo la ausencia de compromiso político. En otras palabras, solo irían
militantes. El miércoles, Retiro era un infierno tomado por mochileros como
nosotros. Los dos días que estuvimos en El Palmar, sin embargo, fueron menos
festivos: llovió, a ratos en forma torrencial. Clima que sintonizaba con la atmósfera
del grupo y, todavía no lo sabíamos, también con el resto del país: durante ese tiempo brotaban salvajes las diferencias y hostilidades que en reuniones trasnochadas
se paliaban al fragor de alianzas estratégicas contra las
agrupaciones de derecha. No recuerdo cuándo exactamente nos enteramos del
levantamiento carapintada, pero probablemente fue el sábado a la tarde. Alguien
fue al pueblo en busca de víveres, alguien vino con la noticia. Entonces ese
odio por una coma de más, o un candidato de menos en las listas estudiantiles,
esas discusiones a ratos gallináceas por una diferencia programática, ese rencor
por el rejunte obligado para armar una fuerza frentista, se nos antojó remoto. Por unos instantes, la militancia que nos consumía las horas, los días, las
energías, las pasiones, se espejó en aquella aventura: solos, aislados en medio
de la naturaleza, discutiendo sobre los problemas del mundo cuando este, a nuestras
espaldas, empezaba a derrumbarse. Levantamos campamento; subimos a los ómnibus
que encontramos a mano y llegamos a la plaza el domingo de pascua. Apenas cinco
años, recuerdo que pensaba entre una multitud que aguardaba con los puños en
alto. Nosotros nos mirábamos en silencio; nadie se atrevía a decir lo obvio. Un
retorno pero esta vez con nuestros cuerpos de dirigentes estudiantiles en
primer plano, nosotros, los que vinimos después, los que fogoneábamos marchas,
tomas y reclamos, los que ocupábamos secretarías en los centros de estudiantes,
los que disputábamos la presidencia, siempre fotografiados por gente rara que pululaba
alrededor. Otra vez?, pensábamos incrédulos; y un sudor frío nos recorría la
espalda. Domingo soleado, fresco, precioso. Entonces, un temblor primero, una
rajadura después, que se abría y se iba ensanchando de a poco, al compás de una
agitación existencial y a la vez, lingüística: “la casa está en orden, los
héroes de Malvinas, felices pascuas”. Un abismo por el que caían esas
multitudes que habían salido a las calles, esa época que tambaleaba, ese
gobierno que jamás terminaría su mandato. Y supongo, también nuestra juventud entonces
libertaria.