domingo, 27 de agosto de 2017

EN PRIMERA PERSONA (2) / AUTOPSIAS

En primera persona (2) / Autopsias

Los primeros síntomas de la enfermedad mental que me acompañaría toda la vida surgieron alrededor de los 9 años. Un tiempo después, mi abuela había recomendado una visita al psiquiatra. Nada menos factible en la atmósfera familiar, social y política de mediados de los años 70, cultivada a fuerza de violencias silenciosas y tabúes, y que poco después concluiría en catástrofes y exilios (esta dimensión colectiva será tema de próximas entregas).

Un maltratador siempre intuye este tipo de historias familiares. Como lobo tras el cordero, olfatea el descalabro de ese tiempo de construcción del alma, de incorporación de mecanismos reflejos que tenderán a repetirse con extrema facilidad y que le darán libertad de acción. Lejos del tan de moda concepto de transferencia (el maltratado/a ve en sus relaciones la figura del padre o madre que lo maltrató), anida otro mucho más racional: el maltrato sufrido no constituye una cuestión exclusivamente personal o privado puesto que la figura del maltratador es una tipología cuyo fin principal en la vida es absorber la vitalidad de los otros, un parásito que necesita del anfitrión para vivir y sobrevivir en un mundo donde la exteriorización de esa crueldad está, o debería estarlo, penada por contrato. Quebrar este círculo vicioso, o destino, no siempre implica la fuga o el rechazo “saludable”; también incluye aceptar el desafío que no se pudo asumir en la infancia. En el caso de las relaciones de pareja surge entonces una variante singular, muy alejada de los ideales románticos o del pragmatismo económico. Se entabla una suerte de lucha de poderes en donde los roles del acreedor y del deudor se intercambian, y se fomentan, según las estrategias y las historias de cada uno. Pero sobre todo, cómo cada uno se ubica frente a dichas historias. La única constante es que existe una deuda a saldar, una indemnización a cobrar, que se acrecienta con el tiempo y que exige resolución. Pero no es solo el pasado personal el que reclama sino, por aquella definición tipológica, también el colectivo. El desorden mental, creativo a veces, destructivo casi siempre, hace acto de presencia, entonces, como memoria y a la vez, como resguardo. Cuando llega el momento de desplegar lo aprendido. De desmantelar ese engranaje que se refugia y activa en la impunidad inexpugnable de lo privado. Porque todo maltratador es un estafador que rara vez deja pruebas en el camino (sí, por lo general, un tendal de víctimas que suelen padecer de afasia para expresar esa violentación sistemática y reiterada). La peor emboscada en la que puede caer entonces será toparse con un lobo con piel de cordero que, tarde o temprano, lo pondrá en evidencia frente a los otros. Y este poner en evidencia no implica, necesariamente, llevarlo frente al estrado sino en develarlo como construcción tipificada en donde el instinto que se enseñorea a resguardo del secreteo pierde toda razón de ser. no hay nada más frustrante y desmovilizador para un maltratador que se conozcan las cartas con las que juega. Pero este proceso no es sucesivo como la escritura, no hay un narrador omnisciente que conoce de entrada estos linajes de la crueldad, de la acreencia, de la deuda, de dispositivos y engranajes. Son más bien inscripciones en el cuerpo que, en el mejor de los casos, mientras van buscando la voz, la forma, el tono, el tiempo y el espacio, se resguardan de la temida y esclavizante noción de “obsesión”, o de caer en la trampa del parasitismo. O sea, volverse el otro, definirse por el otro y sus tropelías (por ello, en estas relaciones, la monogamia o la fidelidad suele ser una imposibilidad y la aparición de los otros, un reaseguro). Cuando se da con las formas es porque el presente ya se transformó en pasado, en cadáver en rápido proceso de descomposición sometido a una autopsia con vistas a futuro. 
Domingo 27 de agosto de 2017

sábado, 26 de agosto de 2017

TV / GIRLS. EL ARTE DE LA EXISTENCIA

GIRLS
El arte de la existencia

Todo gira en torno a Hannah (Lena Dunham, que además es creadora y productora de la serie). Y lo que al principio parecería un elemental ejercicio de narcisismo se va transformando, de a poco, sutilmente, en la construcción de una estética diferente. Y no solo porque Hannah, su cuerpo y su intelecto son atípicos en esa periferia bohemia y medio descarriada que es Brooklyn. Promiscua, grosera, exhibicionista, indiferente a cualquier ley social o moral, excedida de peso y poco atractiva, Hannah también es escritora. O mejor dicho, es todo lo anterior un poco por temperamento pero principalmente porque quiere ser escritora. Sus reiterados "desenfrenos" aspiran a acelerar esos escasos 22 años iniciales y transformarlos, a través de la escritura, en shock para una aburguesada y demasiado cómoda clase media que observa indiferente el principio de su debacle. A costa del propio cuerpo, claro está. Porque "Girls" es también una re educación de la mirada neoyorkina en tiempos de Obama (de hecho, Dunham apoyó la campaña del expresidente). Una generación de veinteañeros que no encuentra espacio propio, que pulula por las calles descascaradas de Greenpoint, el vecino del insurgente Williamsburg, y que no aspira a Manhattan (aunque la tenga enfrente) sino a otras formas, diríamos, después de aquella debacle. Hannah, Yessa, Marnie y Shoshanna, secundadas por amigos, novios, padres y amantes de turno, constituyen prototipos desesperados que, mientras rompen con lo heredado, se preguntan qué hacer con un futuro que llega mucho más rápido de lo esperado, hasta casi tornarse presente. Este, entretanto, les explota en los cuerpos, zamarreándolas de un lado a otro. Casi como a cualquier joven: la única diferencia es que la explosión ocurre en ese pretendido, privilegiado y tan publicitado centro del mundo del que, pesada carga, hay que huir como quien huye de un edificio en demolición. Y tal vez retornar. En este desplazamiento, del destino buscado al espacio transformado por aquella búsqueda, se juega la vida de las chicas. Y probablemente, la de una ciudad que empieza a encender las luces de un ocaso inevitable.

martes, 15 de agosto de 2017

EN PRIMERA PERSONA (1) / ESCRITURA Y VIOLENCIA


Cuando mi mamá se enteró de que había posibilidades de encontrarme, cara cara, con aquel hombre que había prometido desfigurarme con ácido, matarme o dejarme insolvente con artilugios y trapisondadas, se aterró. No pudo dormir en varios días. Recordaba la fecha de la audiencia como jamás se acordaba otras, más significativas. Dije, para tranquilizarla: estoy rodeada de abogados, hay amigos haciendo el aguante, empecé defensa personal. Nada. Nada la tranquilizó. Y eso, principalmente eso, me desató instintos desconocidos: ni el ácido prometido, ni las amenazas de muerte, ni el socavamiento económico importaban. El desvelo de ella, de esa mujer con la que había tenido tantas diferencias en mi juventud, de golpe se había convertido en herida punzante. Llaga dolorosa que atravesaba su historia y la mía. Yo escribo, mamá, fue lo que atiné a decir como último argumento. Yo escribo.

Mis experiencias con un violento, ligeramente psicópata, nunca pueden ser exclusivamente privadas. Conforman la estructura cultural-mental del maltratador que se enseñorea sobre mi cuerpo que a la vez testifica otras historias. Me constituyo en prueba. El juicio no surge como revancha ni como castigo sino como desplazamiento. Un cuerpo violentado que se reconstituye a través de la puesta en evidencia del otro. Por eso, la justicia penal es mucho más significativa que la civil. Como en "La colonia penitenciaria", el delito se inscribe en el cuerpo del condenado. Por ello, también, el proceso no puede ser censurado en cuanto a su comunicación: es un asunto político que implica a la comunidad en su conjunto.
Lunes 14 de agosto de 2017

sábado, 12 de agosto de 2017

TELEVISIÓN / VIDA DURA

Salvación

Estoy obsesionada con la miniserie Vida dura. Y en consecuencia, con Ciudad Jardín, en la periferia de Oslo. No sé si existe en realidad o es ficción. Algo similar me ocurrió con el cortometraje holandés Odisea en Bijlmer. Que existe y tuve la suerte de conocer cuando estuve en Ámsterdam. Pero esta Ciudad Jardín está tan lejos de cualquier utopía como, paradójicamente, resulta evidente su cercanía. Prueba de que una determinada disposición arquitectónica no sería suficiente para garantizar felicidad alguna y sin embargo, como un destello edénico, la propiciaría. De la polifonía actoral, hoy me detengo en Jorgen, el torturado y un poco fracasado director de cine al que la productora NRK (que es también la productora de la miniserie en la realidad), lo contrata para dirigir una serie de suspenso. Y, antes de empezar, lo despide sin mayores explicaciones. Este cruce, diría monumental, entre realidad y ficción, no es gratuito: Jorgen, que no tiene problemas económicoos, decide entonces ver más televisión (a la que detestaba) porque supone que allí estarán las posibilidades estéticas que el cine empieza a negarle. Jorgen termina sentado frente a la pantalla para aprender y, en última instancia, para paliar esa acuciante soledad que le provocan los seres que lo rodean en ese espacio altamente cualificado de las afueras de Oslo.

APUNTES PARA UNA BIOGRAFÍA / SABOR AGUACATE

Sabor aguacate

Nos esperaba a la vuelta del colegio con sándwiches de verduras y mayonesa casera en pan francés. Y siempre, el plato con puré de palta, aceite, sal y ajo para untar con galletitas. Por si nos quedábamos con hambre. La llamábamos aguacate, crecía en casi todas las casas de Asunción, era barato, saludable y satisfacía cuando las épocas venían malas. En mi caso y en mi casa, casi siempre. Mamá abusaba del ingenio; a nosotros nos salvaba el estado de gracia de la infancia. Y en la adolescencia, los amores imposibles nos desvelaban tanto que ni la comida ni la palta ocupaban un lugar preponderante en nuestras vidas: hermanas y amigas vivíamos suspirando como protagonistas de novela de siglo XIX. La atmósfera represiva, productora de ficciones, favorecía a los hogares que no habían conseguido ubicarse en la gigantesca maquinaria corrupta y corruptora del stronismo. O, como mi familia, que guardaba prudencial distancia a pesar de que Stroessner no olvidaba: papá, intelectual y militante febrerista, exiliado en Argentina por participar del golpe contra Morínigo en el 47 y colaborar con el grupo que libró al entonces Coronel Stroessner de un atentado en Paraguari, ocupó a fines de los 50 la fiscalía y cargos académicos en prestigiosos colegios y universidades nacionales de Asunción. La colectividad lo recibía y entonces yo, de nena y después adolescente, participaba de almuerzos con esos nombres innombrables, algunos aborrecibles. Pero en la década del 70 ya había iniciado el camino sin retorno al ostracismo y el descarrilamiento mental. Un mundo se le había cerrado; el otro, la familia, pagó las consecuencias. 

Foto: Calle Palma / Años 60