Turbulencias
El ascenso
no fue tranquilo; un par de veces el avión perdió altura, con efecto montaña
rusa incluido. En los momentos previos, incluso, se dudó del viaje: condiciones
climáticas observadas, rezaban en inglés los carteles del aeropuerto de Las
Vegas. No había tormenta: era el temido viento de la montaña. ¿Será que éstas
tienen espíritu, como afirmaban los aimarás, esos achachilas que al mejor estilo
dioses griegos, sufren, aman y odian como cualquier mortal? La inmensidad rocosa,
roja, turquesa, gris y, por mucho tiempo, blanca, desde la ventanilla del avión, me hacía olvidar el bamboleo, los gritos de algunos pasajeros, las risas
nerviosas de otros, incluso, por qué no, me olvidaba de la muerte. Pasiones
encontradas, o dos voluntades en pugna: la inmensidad originaria,
centelleante, abismal, con sus propias formas de expresión, del desierto y esa brillosa altanería de Las Vegas.
San
Francisco nos recibió soleada.
FOTOS: ZENDA LIENDIVIT (Febrero 2015)