Marginales
“Pretty
girl” murmura él ante mi paso, pelo largo, enrulado, gorra de lana que le cubre
hasta las cejas, edad incalculable; apenas me doy vuelta, acostumbrada a la
persistente sangre latina, sigo, cámara en mano, él también retorna a sus
asuntos. Nada de pedir limosna, solo una pequeña interrupción en su discurso
ante un interlocutor invisible. Otro, sale veloz de la Public Library en su silla de
ruedas, me ve y me pregunta la hora. Otro viaja sentado al lado mío en el bus
que nos lleva al Golden Gate. Por la Powell Street y los alrededores de la Market Street son legión; allí
suelen detener a algún trajeado para pedirle su Starbucks. Pero también en la
turística Fisherman’s Wharf, donde se reúnen a tomar sol en los muelles. Suben
con pase libre a buses, tranvías y carros; dormitan en bares y parques. Algunos
se instalan en las esquinas, aferrados a sus perros, y uno entreve que esa
unión es mucho más poderosa que cualquiera de las bendecidas por el mundo integrado.
Hay jóvenes y viejos, hombres y mujeres; nada de niños. No parece haber
intención de la ciudad por "normalizarlos" a la vida productiva sino de que esa
vida a la intemperie no fuera demasiado dura: están provistos de carromatos,
frazadas y sillas de rueda. Son homeless y marginales que viven bajo el cielo
de San Francisco.