El hombre está suspendido de los ventanales del piso 130 del edificio más alto del mundo: abajo, el perfecto trazado geométrico que configura la plataforma de la torre y que organiza el entorno financiero de Dubai; un poco más allá, la chatura, el mercado árabe, el desierto, el golfo. Y allá a lo lejos, la temible tormenta de arena que se insinúa en el horizonte y que complicará aún más las cosas. Antes, el agente Ethan Hunt (Tom Cruise) había ascendido la fachada vidriada del Burj Dubai, al estilo hombre araña, 11 pisos más arriba, armado apenas con unos guantes adherentes. Que previsiblemente funcionan mal y otra vez el duelo del héroe contra el gigante de más de 800 mts. de altura. Budapest, Moscú, Dubai, Bombay y Seattle: el mundo es un pañuelo y en todas estas ciudades ese imposible Hunt se siente como en casa. Ni el poder financiero, ni el político, ni siquiera las mafias o el psicópata de turno, que quiere acabar con la humanidad, pueden con él, menos aún las inclemencias climáticas o las leyes de la física. Pero Hunt no es el típico súper héroe invencible que lucha contra las fuerzas del mal, más bien, es el hombre que viene después, o el que está en el medio, ese que posee tanto el conocimiento como la información y que además, carga con el peso de la tradición. La actuación de Cruise, que se pasea en la película como si fuera un territorio previsible, no es casual; tampoco, la fragilidad del guión o la edición vertiginosa. Aquí no hay nada que convencer al espectador, no hay verosimilitud que sostener, mucho menos, historia que contar: todo está dicho y hecho. Lo único que resta es tensar los límites del género, de la ficción (y de la realidad de la ficción), del cine mismo como medio de comunicación de masas o incluso como función política o moral, para que se transformen en otra cosa. Misión Imposible 4: protocolo fantasma constituye una mirada hacia atrás sobre los escombros de la factoría hollywodense para extraer de ellos una luminosidad singular que llevará al cuerpo a abismarse hacia lo (ya) innombrable de su propia existencia. Una existencia que creyó haber visto todo y que de golpe vuelve a agitarse frente al miedo elemental, en estado puro. Parafraseando a Rafael Argullol, Ethan Hunt está ubicado, sin alternativa posible, entre el Héroe de la infancia romántica que aspira al infinito y el Único, el hombre que sabe su propia condición fragmentada y fragmentaria. Como la película misma.
(La música de fondo nos retrotrae a la infancia, a aquella mecha que enlazaba la misión, la imposibilidad y el éxito asegurado por repetición pero que, sin embargo, siempre nos mantenía en vilo. Misión imposible: protocolo fantasma es exactamente la conjunción de dos mitos enlazados por ese eterno hilo conductor: la infancia jamás superada de héroes invencibles con los recursos también invencibles de una modernidad tecnológica donde el límite es, como en el Burj Dubai, el cielo mismo. Con sus propios abismos)