lunes, 11 de octubre de 2021

CLEMENTINAS (3) / LARGO DESIERTO

 

Un amable intelectual y docente universitario del exterior, especialista en la relación ciudad-literatura, me invita hoy, vía mail, a un encuentro de doctorado para noviembre, en modo zoom. Había leído algunos textos míos, se los dio a sus alumnos y de allí la invitación. Que es un honor, seguramente inmerecido. Pero tengo que declinar y expongo las razones. Le comento que desde la revista que dirijo venimos reclamando el fin de la virtualidad en la educación y la cultura. Que si bien los niveles iniciales y medios ya habían retornado, las universidades todavía están en modo reaccionario. Las canchas se llenan de gente, los destinos turísticos se atiborran sin aforo, pero la educación superior no, ella debe seguir exclusiva y excluyente, vaya a saber por qué misteriosas razones. Le aclaro, sin embargo, que ni bien vuelva a viajar, iría a conocer su tierra y charlar sobre el tema. Por fortuna, comprendió perfectamente la situación y me comentó que allá ni siquiera había debates al respecto. A propósito: hoy se fueron los turistas en masa. El tiempo los acompañó: gris y lluvioso a ratos. A mí también: largas caminatas por la playa desierta y escritura en la habitación de un hotel ahora silencioso.









domingo, 10 de octubre de 2021

CLEMENTINAS (2) / DULCE Y SALADA


Para llegar al puerto tengo que sortear el letargo del colectivo local y cientos de autos, de todas las gamas, que con el estacionamiento de Mundo Marino colapsado, ocuparon las periferias. Un poco más lejos, las termas ya no tienen cupo desde el sábado. Unos niños me muestran los cangrejos bebés que juguetean en el barro del arroyo; yo no les muestro los cangrejos adultos que, a unos pocos metros, devoran a su presa, los restos de un pez plateado. Las embarcaciones que todavía resisten flotan bucólicas. Las otras, ya son esqueletos y están sobre la arena a modo de museo. Es mediodía y los restaurantes portuarios, no más de cinco o seis, están colapsados. “El lunes se van todos”, me dice el dueño del hotel donde me alojo, en pleno centro. Y debe ser así: hoy, durante el partido de Argentina, los turistas se agolpaban en la peatonal en busca de souvenirs y dulces regionales. Al día radiante y celeste le siguió una noche preciosa, con una ligera llovizna que pasó sin pena ni gloria. El pueblo vive la euforia de este fin de semana larguísimo, a pesar de los comerciantes: un desayuno convencional puede salir el doble solo cruzando la calle. “Mejor no tomes taxi, usá el transporte público, te aceptan la sube”, me informa un guardacoches. Y remata: “Te sacan la cabeza”. La arena de las dunas se me mete en los ojos cada vez que el viento, que aquí parece bastante caprichoso, cambia de dirección; el olor de rabas fritas ya me está dando náuseas. Y sí, los taxis son imposibles, sobre todo si te ven con una cámara al hombro. Pero, ¿qué sería la vida de playa sin estos condimentos esenciales?   












CLEMENTINAS / EL MAR, EL MAR


-         ¡Uy, viniste justo para sacarme una foto! –me dice un pescador.

-         Sí, claro –le respondo

-         Bueno, pero esperá por lo menos a que consiga una corvina –me contesta y lanza una carcajada.

No lo comprendo: ¿será tan difícil pescar una? Recorro el muelle, hay expertos y turistas novatos. O novatas: una señora muy mayor se hace un lío con la caña. “Por $50 pasás una hora divertida”, me había anticipado el boletero. Es decir, se paga para entrar y después, se alquilan las cañas. Un muchacho joven pero que se le nota el oficio, lanza un grito. Yo sigo con las fotos a sus espaldas. Vuelve a gritar. El de la corvina entonces me llama: “cuando aquí dicen tal cosa (NdR: digo “tal cosa” porque ya me olvidé cuál era el grito, maldita memoria), tenés que dejar libre el espacio de atrás, es señal de que va a sacar la caña, es por seguridad”, me comenta mientras describe con el brazo el movimiento y prepara las carnadas. “¿Le puedo tomar unas fotos?”, le pregunto. “¿A mí?”, responde sorprendido y un poco halagado. Ahí cae en la cuenta de que vine para eso y que no, la pesca no era lo mío. Otro, alza un pez pequeño, plateado, lo muestra y lo devuelve al agua. Las olas golpean con fuerza los pilotes rojos, y bailotean bajo las tablas de madera. Sol radiante en San Clemente. Mar díscolo, que a ratos parece dialogar con los que mejor lo conocen.