Artificios
Los años felices: Jazz, literatura y cine. Alcohol y prosperidad
económica. Burbuja especulativa y terrible fin de fiesta. Nada de historia:
todo es, al fin y al cabo, ficción. ¿El derrumbe del novelista sobreviene
cuando, a manera de los lanzallamas de Arlt, roza los bordes de lo real?
¿Cuando, como afirma él mismo, se identifica con los objetos de su horror?
¿Cuando se interrumpe esta maquinaria ficcional, se toma un respiro y nada, se
topa con la nada? El crack, jueves negro y recomposición de la maquinaria: en
la misma década surge el cine sonoro. El show siempre debe continuar (Los
Angeles-Nueva York, y el mundo entero como destino inmediato)
"La mayor y más brillante borrachera de la
historia"; "Éxtasis"; "Talento artificial como la Era de la
Prosperidad"; "Derroche"; "Agitación nerviosa,
histeria": "El Crack Up" es desmantelamiento de una poética,
como el niño que desarma el juguete preferido para ver que hay adentro. No
siempre la imagen es agradable. Pero el niño lo lanza a la basura o rearma el
desecho en una nueva imagen. El niño tiene tiempo. El problema de Fitzgerald no
es que se quedó sin tiempo sino la naturaleza de ese tiempo pasado, cuando el
juguete aún estaba armado. El reconocimiento, a costa del derrumbe, del artificio como
constructor de una década, de una obra, de una persona. ¿Borges lo comprendió
mejor y se resguardó? ¿O insertó su obra sobre la experiencia de la catástrofe
ya consumada? La Nueva York de Fitzgerald actúa sobre el novelista en vivo; la
Buenos Aires pesadillesca de Borges se funda, diríamos, al día siguiente.