Las
formas del ahora
“Siempre parece ahora”, afirman los jóvenes de Boyhood; una sucesión de presentes.
O, en todo caso, nosotros somos el tiempo: este es el mayor desafío de Mason,
el protagonista con aires heideggerianos del hermoso film de Linklater, frente
a una sociedad que piensa y se estructura exactamente al revés. Malestar del
hombre moderno que al crecer se olvida de aquel principio fundamental, del arte
en las paredes del barrio, de las rocas talladas como flechas, de los duendes,
de esa comunión original entre el cuerpo, el aire y el cielo observado desde el
pasto húmedo del jardín de la infancia. Porque claro, esta suspensión tiene sus
costos: los personajes se encuentran a veces tan desconcertados como los de
Kafka. Y como ellos también, se constituyen en dispositivos eficaces que operan
tanto para la apertura como la clausura, que se tensan hacia delante, se
arquean hacia atrás, que relacionan lo que está allí, lo que estuvo y lo que
vendrá. Y entretanto, algo que se escapa irrecuperable y que se materializa en
sus propios cuerpos que declinan. Pero si en el film no hay sujeto que se
apropie del tiempo ni del relato, tampoco hay fuerzas opuestas que lo motoricen,
ni una trama que sostenga la ficción. Son aquellos momentos seleccionados que
no encadenan sino, todo lo contrario, emancipan, que liberan de la tentación de
buscar causalidades y estructuras cerradas. Momentos como estallidos, a veces
leves, a veces imperceptibles, casi azarosos, que aspiran, sin embargo, a una
forma, a un sentido. Instantes que testifican la insuficiencia del presente,
que certifican el movimiento, el deterioro y la muerte. Que sueñan profundidades: en Bobyhood es la vida misma que busca,
desesperadamente, a aquellos autores expulsados de la infancia. (Mágica
actuación también de los niños y adolescentes).
La
fotografía es, desde Benjamin, la forma de reproductibilidad técnica por
antonomasia. Por lo que resulta interesante que el incómodo Mason fuera, o quisiera ser, fotógrafo. Claro que no
cualquier fotografo: aquí la mirada pasa a primer plano. Las cosas están allí,
indiferenciadas, susceptibles de ser trivializadas (como en el caso de los
fotógrafos en serie que el profesor intuye tiene en su clase): solo un espíritu
diferente podrá captar aquéllo que al "espíritu mundano" se le pasa por alto. Y lo hará
desde el mismo corazón de la técnica que el propio Mason critica al repudiar la
existencia al instante y a la carta de las redes sociales. Allí no hay ni habrá
nada: el ahora siempre estará en otro lado.En esas imágenes auráticas que
extrae de su Canon o en el grito feroz de los amigos, replicado en el eco
eterno del precipicio.