Nisman, el eterno retorno
Dos de la mañana, estoy escribiendo. Un poco
dispersa por la pesadez, el aire enrarecido, no hay caso, el verano aunque
venga moderado es denso. Estoy escribiendo y como siempre, como distracción,
ubico al azar cualquier diario digital, “incidentes en la casa de Nisman”, dice
uno, y claro, me imagino, teoría conspirativa suelen argumentar aquellos que
hacen de la simplificación un arte de vida, me imagino que están creando el
clima para hoy, reflectores, prensa, legisladores
ofuscados y el fiscal estrella. Sigo de largo, sigo con mi propio escrito,
segunda novela, crímenes, venganzas y luchas de poder, de generación en
generación: el proyecto, la gran novela sudamericana que cualquier escritor
sueña con escribir, la que condensa el espíritu de la época, esas que cuando se
las lee uno cree estar allí mismo, palpando la atmósfera, el clima, respirando
lo ya respirado, actualizando el pasado que reclama en el propio presente que
agobia. Y entonces alguien me avisa, “¡murió el fiscal de la Amia!”. La
reacción, la negación, la estupidez que casi sale a flote, “solo están haciendo
disturbios”, pero no, lanzo un grito ahogado, imperceptible, creo que me pongo
pálida, algo me lleva como una automáta al control remoto, a la televisión, a
las imágenes, ya son las 3 y 20, y los zócalos, y el fondo rojo, la música
catástrofe. Y Puerto Madero, y Berni, y la fiscal y la policía científica (que
en nada se parecen a los de CSI), y las especulaciones periodísticas. Y claro,
una catástrofe, muere un fiscal a pocas horas de la gran revelación. Y
circulan, en simultáneo, los sospechosos que de tan obvios se tornan absurdos,
como si el ladrón dejara en cada atraco su tarjeta personal; twitter “arde”, ya
tiene a los culpables, con fotos, identikis y videos incluidos. Más interesantes,
sin embargo, me resultan los que están en las sombras. Agazapados, esos que
acechan de día y de noche, no descansan ni duermen, listos siempre para dar el
zarpazo. Desde el pasado que, parece, no descansa jamás.