El Crack
Up:
Primera
aproximación a Fitzgerald
Vértigo y ruina, esplendor
pasado devenido catástrofe reciente. Eso es lo primero que se me ocurre cuando
leo, también por primera vez, a Fitzgerald. Surge Benjamin (se sabe: nadie
puede desprenderse de su pasado ni tampoco de esos autores con los que se crió)
y aquel maravilloso texto de Angelus Novus y el ángel de Klee. Entonces, esa
costumbre de entablar vecindades, tradiciones, influencias: surge el imperioso deseo de aquietarlo. De que esa grieta que abre a
cada paso no me arrastre. Tarea dificultosa: su escritura misma es un agujero
que absorbe y repele. Que sustrae el suelo común y deja al lector en la misma posición
en la que se encuentra él, derrumbado. Experiencia molesta. Una imagen
maravillosa, y ¡ay! un golpe inesperado, algo nos estalla en las manos, el
souvenir que trajimos del último viaje, el primer libro publicado o nuestros
últimos 20 años de vida. Efecto topadora que no distingue valoraciones.
Palabras y sintaxis que explotan como vidrios cuyos pedazos quedan
desparramados en el piso, invisibles, a la espera de pies descalzos. Así es
este escritor endemoniado que parece propinarle todo tipo de jugarretas al
lenguaje. ¿Alta cultura?, ¿viejas tradiciones? Ya veremos, apenas me estoy
aproximando. Es literatura de Estados Unidos, no es por supuesto ni James ni
Poe. Es la generación perdida, de la que conozco bastante poco. Ocurrió una
guerra, una debacle financiera mundial, hay restos, ruinas, suicidados y locos
internados en manicomios. El célebre y filosófico “Comment dire” de Beckett
traducido al pragmático “What is the word?, me sirve por el momento, para el
desplazamiento de la mirada, de una tradición a otra, para ubicarme, por lo
menos.