viernes, 1 de febrero de 2013

STROEDER / CRÓNICAS DE VIAJE

STROEDER
NAHUEL LEVINTON





















¿Qué es? O mejor, ¿qué no es Stroeder? Es, y solo es, lo que no es Buenos Aires. Una ausencia constante revoloteando en el oído y en las mejillas, en los alrededores del ojo y las piernas, y en la piel, y en la frente. Un fin del mundo sin explosiones, como una caricia extendida al infinito, lejos de cualquier edificio alto, de las bocinas violentas y semáforos torpes; una canción líquida a la hora de la siesta, y sol, sobre todo sol.
Como volver a un pasado que uno no conoce, y darle vueltas sin prisa, encontrar dos o tres kioscos, una o dos heladerías, alguna tienda de ropa, un mural que se parece a un abrazo de Galeano, y llegar a la estación del tren, comida por el pasto, con sus silos recostados contra el cielo, entre avispas y vías que casi nunca se dejan pisar. Brota una mariposa del aire, trepa entre las flores y su vuelo también es Stroeder, sin ventanas altas ni choques. Se desliza por los pliegues del día, contando dientes de león, y de noche se posa en algún auto, acechada por los gatos negros y grises que juegan a cazar ladrones invisibles, y mira, desde Stroeder, al otro lado de la última cerca, la que da al campo, y jura, por su corta vida, que del otro lado ya no hay nada, ni campo, ni agua, ni cielo ni luna, solo oscuridad, y se le ocurre un nombre, pero le da miedo pensarlo en voz alta ...