El habla común
Siempre me resultaron más atractivas las ideas
que las peripecias del lenguaje. Se puede decir cualquier cosa, con los
recursos infinitos del mismo, y sin embargo, siempre quedará flotando la
sensación desolada de lo acabado si no
hay algo, que precisamente no se puede nombrar, entretejido a ese discurso
(economía comunicacional: Kafka). Lo ausente que lo motoriza y que, además,
hará entrar en vecindad lo uno con lo otro. Sin embargo, nada se puede pensar
si a la vez no fueran naciendo esas palabras, como un parto simultáneo e
insustituible. El lenguaje “cotidiano”, en este contexto, parecería el hermano
pobre de dos situaciones: un estilo propio, adquirido a fuerza de derrumbes; y
el garantizado, y deglutido previamente, por alguna corporación que posibilitará
su circulación en determinados ámbitos. La lengua común resultaría el mensajero
que transmite las noticias triviales a un pueblo que lo necesita, pero que no
siente pasión alguna por él. Común sin embargo es lo que precisamente nos hace
entrar en vecindad con lo otro, con el otro. Es la lengua de la comunidad, que
se fortalece a través de ella y que también declina con ella. Se la acusa de
utilitaria pero tal vez la extrema trivialidad nos remita a orígenes impensados
si hubiera una escucha atenta. Y no estoy hablando sólo de un problema de la lingüística, de indagar en la raíz de las
palabras. Más bien en su sintaxis. Hay modos estereotipados que otorgan
pertenencia, posesión de un saber adquirido a fuerza de permanencia en un
determinado territorio. Saber que discurre como la correntada del río, siempre
igual y siempre distinto, que va erosionando las rocas que encuentra a su paso.
Modos que estructuran espacios de acción y generan efectos sobre ellos. Hablar,
en la vida cotidiana, es al fin y al cabo una certificación aún más
determinante que cualquier documento de identidad. Al viajar se experimenta
esta proposición con toda intensidad. Ningún paisaje, ningún elemento
arquitectónico, ninguna ciudad, por monumental que fuera, se puede terminar de
percibir si atrás, o al costado, o como un eco lejano, no se escucharan las
voces “triviales” de sus moradores. Aunque se desconozca el idioma.
(La foto elegida es la de una plaza en el centro de Viena, entre los monumentales edificios del Ayuntamiento y del Teatro Imperial, con reunión de vecinos, atmósfera entre posada de pueblo y kermesse de barrio)