Múnich nos despidió con una intensa nevada. Las plazas quedaron blancas y de alguna forma nos anticipaban el paisaje melancólico que nos aguardaba en Weimar. Pasamos de la opulenta ciudad cosmopolita, tecnificada y surcada de grúas, al bellísimo pueblo faro del siglo XIX. Del posmodernismo de las construcciones de la BMW, la rara arquitectura del Allianz Arena y los interminables viajes en el Metro a las casas de Goethe y Schiller, con apenas una escala en Fulda, un pueblo con una estación helada, pequeña y multitudinaria que conecta entre sí a las principales ciudades de Alemania.
Viajar es ponerse en juego. Aquello que se descubre,
inmediatamente nos interpela. Y es esta inmediatez la que nos incomoda. Nos desencajamos, sentimos cierto
extrañamiento. No es solo la falta de armonía entre los tiempos del cuerpo y
del espíritu; es también que ambos, cuerpo y espíritu, están habituados. Hay inercia
y prejuicio. Viajar es desmantelar ambos y necesariamente mirar por primera
vez. Cuando se viaja se retorna a la infancia. Somos doblemente extranjeros. Esta
es la perspectiva que buscamos en estos viajes, los que forman parte de un
proyecto mayor que empezó hace algunos años atrás y que provisoriamente
llamamos El libro de las ciudades. Viajar para ampliar ese espacio de
pensamiento que es la ciudad y a la vez, para pensar la época desde ella misma
y desde sus infinitos cruces. Entre ellos, la historia de los otros que es
también la nuestra (y muchas veces, el territorio de los otros donde empezó
nuestra propia historia).
Museo y Edificio BMW (vista e interiores ) / Estadio Olímpico
Estadio Allianz Arena / Museo Haus der Kunst
Vista desde librería Hugendubel a Marienplatz / Vista de un barrio de Munich / Plaza de los Museos
Fotos Zenda Liendivit ( Febrero 2013)