I
Principios
de siglo XX. Las imágenes en movimiento se suceden un poco previsibles. Los
hombres con sombrero, las mujeres con vestidos largos, los tranvías, la
prosperidad de grandes almacenes y sobre todo el intenso tráfico. Movimiento,
aceleración y multitudes: Praga entró a la Modernidad. El
video original, de época, en desteñido blanco y negro y música de fondo, sigue
su curso. De golpe, o de a poco según el punto de vista, empieza la distorsión,
ahora hombres y máquinas, construcciones y cielos se agitan enloquecidos,
fluctúan, se comprimen o prolongan de acuerdo a leyes desconocidas. La Praga familiar a fuerza de
reproducciones se nos torna insólita, se extraña hasta el absurdo. Y sí, claro,
allí surgen esos inquietantes ojos que ya son sello, producto
y señal de identidad. El film dura apenas unos minutos y se exhibe en el Museo
Kafka. Que se desarrolla en tres salas, mal comunicadas entre sí, con recorridos
previsiblemente laberínticos, escenografías oficinescas, pasillos en penumbras
y fotos –Kafka sonríe feliz, en grupo, a lo Hans Castorp en una de sus tantas
internaciones, Milena, Felice, padres...-, manuscritos, permisos para
viajar a Munich para leer "En la colonia Penitenciaria", partes médicos y primeras
ediciones de esas obras que hicieron que toda ciudad moderna, a partir de
entonces, cayera bajo el manto de la sospecha. Y que ese castillo fundacional de la ciudad parezca, a lo lejos, un poco decepcionante y de distancia siempre variable.
II
Mujeres
bajo la ducha comunitaria; otra, vista desde la ventana del pabellón, paseando a su bebé en el patio del campo; unos chicos preparándose para dormir en camas
apiladas; muchos uniformes, médicos y guardias, algunos esbozos de tortura, atardeceres en colores
pero también en crayón negro. Los dibujos se exponen en la Sinagoga Pinkas
del Barrio Judío. Los autores promedian los 11 años, cerca de 1941. Todos podrían estar
expuestos en las actuales galerías de arte y seguramente harían entrar en
conflicto a más de un artista moderno. Hay también fotos y objetos personales,
como las maletas debidamente rotuladas con letras infantiles, ancestros de
nuestros portafolios escolares de fines de los 60. Son los niños de Terezin que
en este soleado domingo de febrero nos dejaron sin palabras (habrá que preparar
el espíritu: aún nos aguardan Dachau y Buchenwald), interrumpiendo por un rato
el ritmo turístico y por demás lucrativo de una de las zonas más fastuosas de
Praga.