Salta
Fotogénica. Lo primero
que se me ocurre cuando, cámara en mano, la voy retratando. Surge la inevitable
postal y eso otro que todavía no se termina de dilucidar: la belleza de Salta,
como cualquier belleza abismal, tiene un fondo inexplicable. Ni la historia, ni
las culturas sedimentadas ni la naturaleza que se confabulan para ofrecer
semejante espectáculo (porque Salta es escenográfica) alcanzan. Pero no vine a
Salta, por tercera vez, para intentar descifrar ese
enigma que convoca a un determinado tipo de viajero y que la lanza al mercado
turístico con la marca, precisamente, de la belleza. Salta, en esta travesía,
es cabecera. Después de una sobredosis de modernidad, de grandes, fastuosas y
miserables metrópolis, se imponía un paréntesis transitorio. Tampoco me
interesaba volver sobre “lo colonial”, de lo que estoy un poco harta. El
objetivo principal son los pueblos. El pueblo. Esa comunidad fundada, en estos
casos, por culturas pre occidentales. ¿Qué pervivirá de uno en lo otro? El
norte tiene la suerte (o la ventaja) de su topografía, de su indómita
geografía, que de alguna forma impidió su liquidación masiva al mejor postor,
como ocurrió en el sur. Hacia allá voy, otra vez: me esperan alturas, cornisas,
caminos de ripio, té de coca y esperemos que no demasiadas lluvias. Como ahora,
que en Salta está diluviando.
FOTOS: ZENDA LIENDIVIT (ENERO 2018)