miércoles, 24 de enero de 2018

EN PRIMERA PERSONA (4) / LA FAMILIA, LA PROPIEDAD PRIVADA, ¿Y EL AMOR?

EN PRIMERA PERSONA
La Familia, la propiedad privada, ¿y el amor?



La historia parece medio calcada. Yo, cerca de 25 años, sola en casa, mamá de viaje. Me enfermo. Pasa a visitarme una familiar cercana, cuyo nombre no quiero acordarme; me ve inmovilizada, llorando de dolor (solo el que tuvo contractura lo sabe). “Ya se te va a pasar”, me dice y me cuenta lo lindo que está el día afuera y que piensa ir de picnic. (Tres días después me llevan en ambulancia al Pirovano: contractura cervical severa, inmovilizada del cuello para abajo). 

Enero de 2018. Salgo de viaje de trabajo por diez días. Comunicación diaria, y varias veces, con mi hijo, que queda solo (bah, con 10 amigos entrando y saliendo de casa). En el medio, cirugía de muela del juicio, programada. “Todo bien mamá, no me dolió nada y duró 20 minutos”, me dice. Fue con un amigo, que se quedó a dormir por las dudas. Al día siguiente, a la guardia por hemorragia, lo atienden de urgencia, por sobre 25 pacientes que estaban antes. La suerte: esos amigos que lo acompañaron en todo momento. Estoy por ir a la oficina de AA, que queda a dos cuadras de mi hotel, para cambiar los pasajes y volver a Buenos Aires. “Mamá, tengo 26”, escucho su voz detrás del teléfono, medio cambiada por el dolor y los medicamentos, pero ya superado el problema: el cirujano se había olvidado de ponerle un cicatrizante. Googleo, leo cosas horribles, apago la computadora, me quedo mirando el celular. Nuevos watsaps me confirman que está bien, haciendo planes para el día siguiente y comiendo helado, como debe ser. Respiro. Envejezco y rejuvenezco. Retomo mis planes.

¿Y el padre? Nada: a partir de los 21 años ya no es problema suyo, se terminaron las obligaciones contractuales. ¿Y aquella familiar que se adjudicaba el rol de madrina? Nada tampoco (ya no recuerdo el argumento de entonces). La mezquindad, la violencia solapada, no es patrimonio de un género y anida en cualquier parentesco (a veces, cuanto más cercano, peor). ¿Habrá posibilidades de renunciar a los lazos espantosos de sangre? ¿Algún modo de abolir la familia y encontrar nuevas formas de comunidad?

Eso sí: doy fe del dicho “sufrir como una madre”. Y que ninguna feminista se atreva a retrucarme.


(Gracias eternas a Julián y a Majo, especialmente)