lunes, 8 de enero de 2018

EL VIAJE

El viaje

Hace más de 15 años que no viajo por turismo; antes lo había hecho varias veces y así quedó la mayoría de aquellas travesías, perdidas en la memoria: o porque elegía pésimamente los acompañantes, o porque con los lugares no lograba empatía alguna. Por lo general, por ambos motivos. Porque viajar es un asunto amoroso antes que turístico, vacacional o incluso profesional. El viaje exige la puesta en juego del espíritu, la participación activa, el esfuerzo intelectual pero también emocional y corporal del viajero que por unos instantes entra en comunión con esa atmósfera nueva. O reincidente. De ahí que el trabajador, que día tras día, mes a mes, está sometido a relojes, ordenes, jefes despóticos, devaluaciones y temor al despido, se incline por el turismo deglutidor antes que por el viaje. O por huir desesperadamente hacia aquellos lugares donde se garantizará lo conocido. Viajar es definitivamente un asunto amoroso. Solo que, por fortuna, no tenemos que vivir el resto de nuestras vidas con el sitio visitado. Bien lo entrevió (y padeció) Stendhal con Milán (y casi todos los grandes viajeros del siglo XIX que dejaron testimonios): nunca intentar perpetuar el instante que está condenado a la fugacidad, nunca creer haber atrapado el momento, el espacio-cuerpo que se nos ofrece con voluptuosidad. El viaje, como la pasión amorosa, no tendría razón de ser si no se vislumbrara el final. Aún antes de iniciado el mismo.