Esas cosas
En Roma y en Valencia; en Villa Hermosa y en Puebla (México); en La Paz y
en Sucre; en Guatemala, en Perú, en Asunción; alguna vez en Mar del Plata. Y
ya no recuerdo en cuántos lugares más. El fin de año solía encontrarme siempre
lejos: los viajes me ahorraban las tediosas reuniones familiares pero sobre todo,
me otorgaban el privilegio de la extranjería y el tránsito. Hubo algunos
terribles, como aquel 30 de diciembre de 2004, cuando ardió Cromañon y yo tenía
las valijas listas para un recorrido por Uruguay y Brasil. El horror perdura
hasta hoy, 20 años después. Hubo también tragedias personales durante esas
fechas. O la tristeza infinita del primer fin de año sin mis abuelos. Yo me
quedo, sin embargo, con la risa de ellos; con los ojos verdes de mi hijo, que me
reflejan los de mi abuela Ana; con la escritura apremiante que, salvadora, no
entiende de fechas ni de festejos; con esos viajes que me lanzan a otros
rituales, a la nieve de Praga, al frio infernal de París o al calor húmedo del Altiplano. Con todas esas cosas.