El cuerpo llegó hace unas horas; el espíritu aún quedó en
Salta. Y con las valijas a medio deshacer, la planificación de un próximo
viaje. Los borradores de mi próximo libro están allí, a la espera. No tengo
dudas: cuando se viaja se busca la infancia. Y Salta, con sus patios
coloniales, su blanca chatura, sus parrales, silencios, aljibes y siestas, es
la Asunción de hace algunas décadas atrás.