Cachi
El pueblo es precioso, ¡qué duda
cabe! La cuestión es llegar hasta él. No es para cualquiera, hay que atravesar
ese tramo diabólico de la ruta 33 que tiene su
punto culminante en la Cuesta
del Obispo y en donde durante unos minutos, tal vez una hora, el viajero queda
en manos de Dios; o del conductor del micro. O, en última instancia, de la
misma naturaleza, que tanto puede desatar una lluvia imprevista, con el
consiguiente sendero resbaladizo, un alud o descender las nubes hasta que
estas, el camino, la cornisa y el abismo formen un todo indistinguible.
Personalmente, no tengo vértigo; he recorrido infinitos senderos de montaña.
Pero esta, que como bien dice Omar Cabezas es algo más que una inmensa estepa,
tiene sus propias reglas que nada tienen de estáticas. Geografía cómplice,
aliada, feroz, a veces mortal, ella es el precio para acceder a este valle y a
estos pueblos que a ratos parecen irreales. He hablado de ellos en El comienzo
de lo terrible. Pero una vez más se ratifica aquéllo de que no es la palabra la
mejor aliada en estos casos, sino los sentidos, cierto espíritu predispuesto a
la comunión. Por algo habrá sido que los incas no tuvieron escritura: la
encontraron superflua.
Cachi es blanco, el cielo (me dicen) azul todo el año; las montañas a lo lejos, como en Tilcara, custodian esa quietud silenciosa. Cachi es una joya: sospecho que “lo colonial”, los Obispos, la iglesia y las encomiendas fueron apenas una conciliación. Los dioses están en otro lado.
15/1/18
Cachi es blanco, el cielo (me dicen) azul todo el año; las montañas a lo lejos, como en Tilcara, custodian esa quietud silenciosa. Cachi es una joya: sospecho que “lo colonial”, los Obispos, la iglesia y las encomiendas fueron apenas una conciliación. Los dioses están en otro lado.
15/1/18
Cachi / Cuesta del Obispo / Nevado
Fotos: Zenda Liendivit (Enero 2018)