Ficciones londinenses
La
procesión parece interminable. Es sábado a la mañana, y hay feria en
Notting Hill. Todo el mundo (y la expresión no es retórica) conoce muy bien el
tema: él, despistado, gracioso, un hombre común, dueño de una librería justo
frente a los puestos de legumbres, verduras y frutas; ella, una famosa estrella
del cine, bella y caprichosa, que cae por el negocio de casualidad. Y
claro, se enamoran, hay desencuentros, amigos disparatados, dudas, declaraciones públicas de amor,
de esas donde todos terminan aplaudiendo, mirando arrobados mientras los dos
se besan. ¿Habrá ocurrido esto alguna vez en la historia de las pasiones? Qué
más da, Hollywood lo muestra y lo repite hasta el hartazgo, entonces se vuelve
realidad. Y Notting Hill se incorpora a la geografía afectiva mundial, provocando
el peregrinaje de miles que cada sábado van a la busca de esa ficción transformadora
no solo del barrio sino, y
principalmente, de los modos de sentir y percibir la ciudad. Este mecanismo
ficcional se repite como política urbana. La historia, la cultura, la
arquitectura y el poderío económico, expresado en las nuevas construcciones
faraónicas a orillas del Thames, se ofrecen como espectáculo donde el actor principal es la multitud
que a cada paso se ratifica en esa ocupación prestigiosa y altamente consumista
del suelo.