Se terminó el ruido, las multitudes, las calles
y veredas tomadas por asalto. Dejamos Ámsterdam y llegamos a la ordenadísima Zurich, la cuna del
dadaísmo, del Cabaret Voltaire, de Tristan Tzara, de Hugo Ball, de Picabía, de
Otto Dix. Es difícil imaginar, en esta ciudad de tensiones ausentes, la
ruptura, la provocación, el escándalo de aquellos días. 1916 reza la inscripción
de la entrada al Voltaire. Hoy apenas una arquitectura recordatoria. Un poco más
arriba, en las colinas, la
Universidad de Zurich, una clase de filosofía y el Archivo
Tomas Mann. Abajo, a media mañana, una bella feria de víveres y flores, que
retorna a la ciudad a sus épocas de aldea.