Crónicas cordobesas
Cuesta abajo suena en la guitarra de un músico
callejero en la Feria de productos regionales; afuera,
frente al Olmos, hay baile urbano en la fría noche cordobesa. Unas cuadras para atrás, el Paseo de las Artes, con el Museo Iberoamericano de las Artesanías, en el rebautizado
barrio Güemes. Una mezcla de San Telmo, Palermo viejo, Lapa, el barrio de Las
Letras madrileño y el Soho londinense: jóvenes y adultos invaden las calles los fines de semana,
beben cervezas artesanales, entre música desparramada en boliches reciclados
como tabernas al paso, con las típicas pizarras afuera. Conventos, conventillos
y neo pasajes, esos que desvelaban a Baudelaire y Benjamin, se suceden cuadras
y cuadras en una fiesta interminable de antigüedades, puestos de artesanos, gastronomía y moda. Otra
ciudad, sin dudas, los hijos de la prosperidad se amontonan en ese espacio
inmune a la degradación del casco histórico, donde dormitan los sin techo y el comercio
informal que hegemoniza las peatonales. Córdoba es tan bella y trágica como casi
cualquier ciudad moderna que repite esquemas, zonifica, excluye, exige
credenciales y pertenencia. El pueblo, qué duda cabe, está en la San Martín,
donde un cómico callejero dialoga con el público proletario. Muy interesante la charla con los responsables de la
Secretaría de Cultura, alojada en el hermoso Cabildo; de paso nos agendamos la
invitación a la feria del libro en septiembre que organizan ellos. Muchos
comentarios, de esos invalorables, de la gente de la calle. Pero esta vez, con
las “paso” encima, me abstengo de reproducirlos en su totalidad. Eso sí, todos
coinciden en que la provincia está mal, no hay trabajo, me dicen, dejó de ser
industrial en los 90 (aquí una larga explicación de negociados y nombre de los responsables)
y jamás se recuperó. ¿Y octubre? Las respuestas son siempre las mismas: "la
crisis no empezó hace 4 años. Y al margen de los resultados, tampoco habrá magia".
Foto: Z.L. Junio / Julio 2019