Charles Mackintosh: el
hacedor
Hay ciudades que parecen haber sido moldeadas por un solo
artista. La huella es más intensa que numérica y suele ser indeleble; ni las
capas sedimentadas de la historia ni la prepotencia del presente pueden con
ella. Ciudades impensadas sin ese nombre al lado: Miguel Ángel y Florencia; Gaudí y Barcelona; Praga y Kafka. Con
Mackintosh y Glasgow ocurre lo mismo. La tensión entre el arte y la técnica,
que en su obra comulgan evitando el encontronazo, se traduce en un vitalismo
que es tan antiguo como presente. Desde la opulencia mercantil de su historia, Mackintosh
re crea Glasgow con las nuevas tecnologías para lanzarla a un territorio de
ondulaciones místicas y sensuales (algo parecido a lo que hace Bernini con la Roma barroca y, claro está, Gaudí con Barcelona). A una materialidad que se trasciende a sí misma hasta
un núcleo que siempre permanecerá intraducible. Algo de esto se experimenta en
la escalera caracol del Lighthouse (no casualmente traducido como El Faro, el
edificio que en sus orígenes fue la redacción de The Glasgow Herald, hoy convertido
en Centro de Arte, Arquitectura y Diseño): el ascenso adquiere la forma de un
recorrido procesional bañado por la luz de las aberturas. A la llegada, y
ocupando el lugar de ésta, la ciudad en todo su esplendor como remate, pero también, como ofrenda.