domingo, 20 de febrero de 2011

PARIS (4)

La ciudad y la luz
¡Ah, Barcelona!, exclama el policía de migraciones cuando escucha nuestra procedencia. Estamos por abordar el tren a Londres y el hombre quiere saber de dónde venimos, qué haremos después y cuándo volvemos. No se inmuta frente a la mención de Berlín, pero suspira por Barcelona. Supongo que la ciudad española le hace pensar en esos días soleados que escasean tanto en su país como en París. Hay una relación muy estrecha de París y la luz. Al margen de la connotación simbólica, como centro de irradiación cultural, la luminosidad de la ciudad también cobra protagonismo con la irrupción de los bulevares y de los grandes ejes rectilíneos. La demolición de una forma de ciudad, que precisamente favorecía las sombras, el quiebre y el extravío, en pos del control visual a través de la línea recta, la perspectiva y el ensanche, pone en escena el rol de la iluminación. París, para funcionar, necesita que algo ocurra en esas vías imperiales y que esto sea posible de ser visto. París se ilumina a la fuerza, en el sentido metafórico y literal del término. Y esta luminosidad debe ser sostenida en el tiempo para no quedar convertida en un mausoleo. Que es el peligro de toda ciudad histórica. La amplitud de las avenidas, las plazas, los remates, actúan siempre como instigadores, por un lado, y como reparadores por el otro. Instigan al movimiento constante para evitar la muerte y reparan, de alguna forma, la adversidad de la escases de luz solar en invierno.



(FOTOS ZENDA LIENDIVIT / Febrero 2011)