Londres también es gris, pero la vitalidad es diferente. En cada fragmento (Picadilly Circus, Charing Cross, el Soho, Chinatown o a orillas del Támesis) estallan las multitudes, se mezclan los idiomas y los tonos de piel, se celebra la diferencia y la ciudad parece sumergida en una fiesta eterna (tal vez solo sea el fin de semana, pero las multitudes ganan las calles aún en estos días fríos de febrero y hasta altas horas de la noche). La informalidad se nota también en los Museos. A la ceremoniosidad del Louvre o del Orsay, se le contrapone el libre acceso al Británico, sin controles, casi como si se accediese a una facultad pública. Y solo se esperan donaciones. Nuestro hotel, situado a pasos del mismo, es una colmena, una babel con infinitas ventanas y larguísimos corredores donde conviven en paz las lenguas y las costumbres. Hay que hacer cola para el desayuno, para el ascensor y para la recepción. Los jóvenes se sientan en el piso y todo el mundo deambula con las computadoras portátiles porque solo en la planta baja hay internet libre. De alguna forma, la primera gran metrópolis industrial sigue viva en una de sus improntas más poderosas: el paso continuado, efervescente de las multitudes.
(FOTOS ZENDA LIENDIVIT / Febrero 2011)