“Supiste
esclarecer mis pensamientos, me diste la verdad que yo soñé….” el muchacho
entona en castellano un poco duro, boina gris,
barba raleada, aspecto de Che Guevara pero cantando boleros. Luego vendrá "La
cigarra", en portugués, y la escena se volverá un poco más verosímil. Es sábado
a la noche en el restaurante del hotel de Foz de Iguazú, el último destino de
esta parte de nuestro viaje. Día agitado, fotos en Ciudad del Este
a la mañana, el maravilloso Salto del Monday, el cruce del Puente de la Amistad y entonces, claro,
el partido. Suspensión total de actividades. Pantallas encendidas, verde y
amarillo cubriendo la ciudad, la expectación, los penales, los rezos, el llanto
de Neymar, de varios de los que nos acompañan, y recién, un rato después, la tibia algarabía
por las calles y los centros comerciales. “¡Cuánto sufrimiento!” nos dice el
taxista. Hay desencanto y se nota. Pero ¿quien es este chico?, pregunto, el primer gol de Colombia enmudece
a la platea improvisada, James dice la camiseta, una jugada que la televisión brasilera
repite una y otra vez, desde infinitos ángulos, como si tampoco la creyera
posible. Y después el segundo, y el encantador baile con el compañero, como
dejando en claro la obra conjunta. James Rodríguez se llama y al parecer les
alegra aún más el día a los brasileros. ¿Por qué quieren que gane Colombia?, pregunto
desconcertada ante la explosión de júbilo final. “Por el maracanazo”, me
contestan (después me aclaran aquello que Uruguay les ganó un mundial en su
propia cancha, hace más de medio siglo, memoria, venganza y el plato frío,
pienso). “… tantas veces me mataron, tantas veces me morí….”, el falso
revolucionario me devuelve al presente, a las imágenes que se acumulan ya
antiguas en la memoria, las de ese día, y del anterior, a las crónicas que
todavía no escribí, al rostro del nene mbya que aspira pegamento al lado
nuestro, bajo la lluvia, en medio del campamento de plástico y cartón sumergido
en el barro, bajo el diluvio que amenaza ahogar a Ciudad del Este, a la furia
del Paraná y del Iguazú que ya está ahogando poblaciones enteras del Chaco, de Corrientes, a la locura del Puente y a la del Salto que cae a
nuestros pies.
FOTOS ZENDA LIENDIVIT / JUNIO 2014