Las
tramas secretas
1.
UN CUERPO FLOTANDO EN EL RÍO
En
la 52 y 6° sería el encuentro, en un deli tan igual al resto que todos
parecían la copia de algún original extraviado quién sabe en qué lugar de Nueva
York. Un sitio común, de esos que ahora abundan en la gran manzana a raíz de
las migraciones y la gente de paso, en tránsito, como los turistas y los
hombres de negocios. La cafetería de la 7° Avenida a donde yo iba cuando estaba
en Manhattan, fue descartada de inmediato, mucha luz, me dijo Columbo, mi
informante, mucha vigilancia policial, nada de cafeterías, había repetido, nos
vemos en la 52, a las nueve de la noche, si no estoy, no espere, siga de largo.
Rumbo a mi hotel recordaba esa frase que sonaba a advertencia o premonición.
Premonición, más que nada: flotando en el Hudson, así se lo encontró a Columbo
al día siguiente, flotando como desperdicio en ese río que era acceso y salida,
welcome, sí, welcome pero también good bye, pertenencia y sepultura.
—Adiós,
muñeca.
—Quiero
ver al cochero.
—Yo
soy el cochero.
El
hombre está recostado sobre un carro tirado a caballos, con techo negro y
tapizado rojo, sobre la 59. La contraseña se le había ocurrido a Ray, en
homenaje a Raymond Chandler, me dijo.
—Columbo
quiso vender el Van Gogh a un traficante pero no se pusieron de acuerdo, algo
pasó, entonces se comunicó con el dueño, un coleccionista que organiza
exposiciones en Manhattan, yo le di el dato, conozco al hombre y sé que le
habían robado la pieza, la dio por perdida hace rato, no hizo denuncia
policial. Todo iba bien hasta que aparece muerto en el río. Entonces le aviso a
Ray, porque a Ray siempre le interesan estas historias, Ana está en el Hotel
Wellington, te va a buscar a la parada, me dijo, conectala con la gente
de Harlem…
Empieza
a refrescar, es septiembre y la noche cae rápidamente. El botones me abre la
puerta de calle, dos hojas de vidrio pesadas. El lobby del Wellington está
atestado de turistas, o por lo menos, así parecen, por el aire despreocupado y
la variedad lingüística. Los maleteros van y vienen con los carritos repletos,
no miran a nadie pero radiografían a todos. Espero el ascensor entre una
multitud: soy Ana Sánchez, o Anna Green, o Ana Ruiz, a veces Isabel. Soy la
fuente anónima de Ray, Ray a secas, el artífice de las notas periodísticas más
ruidosas del mundo mediático de la última década. Ray vende información a las
agencias de noticias. Yo solo me ocupo de los fragmentos, aquéllos que dan
verosimilitud al relato; la historia completa, en realidad, la terminan armando
ellos. Vendo fragmentos y de eso vivo. De fragmentos. Como los que tuve que
recoger en Berlín el año anterior, cuando me fui con la expectativa de realizar
el reportaje de mi carrera y terminé casi con las manos vacías. O, tal vez,
solo parecían vacías. Pero ese es otro cuento. Ahora estoy en Manhattan, con un
cadáver, un Van Gogh robado y mi nombre falso flotando en el Hudson ...
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