Después de aquí
La escena nos fija en la butaca, quedamos inmovilizados para contrarrestar el horroroso espectáculo de los cuerpos fulminados, arrastrados, zarandeados como muñecos por la furia del agua. El tsunami arremete y no hay escapatoria posible. Luego, los atentados, las adicciones, el desamparo, el abuso, la enfermedad, la soledad, las pérdidas: una cadena de eslabones atroces que enlaza a la humanidad más allá de geografías o estratos sociales. Y la muerte en primer plano como recordatorio, democrático como pocos, del destino común que aguarda a todo ser vivo. ¿Qué hay después de aquí? ¿Qué exactamente es lo que nos espera suponiendo que la nada no fuera una posibilidad? son las preguntas detonantes del film de Clint Eastwood, pero solo eso. Detonadores que expulsan a los personajes de sus posiciones (cómodas en algunos casos) y los lanzan a la investigación, a la búsqueda, al desplazamiento, al contacto con el otro, ese que en condiciones benévolas ni siquiera miraríamos. Catástrofe y salvación al mismo tiempo: el destino prefijado queda devastado igual que las costas de Tailandia y lo único que resta es buscar, alterar el cuerpo y los sentidos, salirse de las trayectorias. Tal vez así, y con suerte, se acceda a la única verdad-redención posible en esta tierra. Eso y nada más.