La monstruosa espera
Un hombre, tridente en mano, se dirige a la cama donde está Becka. Lo levanta y cuando está a punto de clavárselo en el pecho, Judy, atada en la cama de al lado, grita y su voz atraviesa el salón, repleto de otros tantos cuerpos inmovilizados a sus respectivas camas. Grita tan fuerte que el hombre se detiene en seco, el filoso instrumento casi rozando a Becka, y mira a Judy. Mirada larga hacia la chica, cambio de idea, caminar pausado, tridente al brazo, actitud ausente, gritos desesperados Y el talento de George Romero iluminando la escena y la sala aterrada del Village. El verdadero horror de Epidemia (The craizes) es esa espera calculada con precisión cronométrica en la que la cámara se regodea, esa suspensión que detiene el pulso y el tiempo y donde lo atroz se demora para multiplicar sus efectos devastadores. George Romero (al igual que Carpenter y Argento) cifra la suerte del film en esa tensión en la que se asienta, en verdad, la única certeza de la existencia, que es la muerte, y los efectos monstruosos que desata en el ser humano. Monstruos más temibles aún que sus zombies o sus enfermos afectados por bombas biológicas.