El reinado intacto
Sala llena en el Village, hasta la primera
fila, casi sobre la pantalla. Estadio de Wembley, festival por el “hambre en
África”, 1985, la Reina está a punto de salir, la multitud brama, solo se lo ve
de espaldas, la musculosa blanca, los jeans tiro alto, la pulsera con tachas,
la música que empieza a sonar y la escena que se interrumpe justo cuando le
abren la puerta a Mercury para que ingrese al escenario. Entramos en shock:
solo esa secuencia y, por supuesto, la majestuosa
(jamás mejor empleado el término) escena final (que es el final de la primera)
justifican la película. En el medio, la vida de Freddie Mercury muy pero muy a
lo Hollywood. Que esto no sería gran problema: una ya va preparada para ver un
tributo, no un documental ni un film Clase B (aunque algunos tópicos, como la
extrema soledad del cantante, podrían haber sido explorados en formas menos
complacientes). El problema principal es que el actor que hace de Freddie
Mercury no es Freddie Mercury. Y esto no vislumbra solución posible. No hay
forma alguna, el actor no lo consigue, de olvidarnos del original. Como esas
películas sobre la vida del Che Guevara interpretadas por alguien que,
obviamente, no es el Che. Lo mejor, sin embargo, de este entretanto, esta
espera entre el principio y el final, son los músicos que lo acompañan
(actuaciones extraordinarias), la génesis de algunos temas y por supuesto, los
temas. Entonces llega el momento esperado: cuerpos que se estremecen por esa
potencia vital que se desplaza desde la ficción hacia la realidad de la sala,
que se traslada como presencia, insurrecta y desequilibrante: Mercury hace lo
que quiere con un estadio a reventar, con esos mil quinientos millones que lo
siguen por TV. Y claro, con los que estamos en el Village. No importa que
mezcle ópera, con rock, con pop; tragedia griega con Shakespeare; que
desmantele convenciones y tradiciones musicales; que se enfrente a los
estereotipos de las corporaciones discográficas; que se disfrace de mujer, que
reconfigure el escenario con el uso del cuerpo y sus desplazamientos (metáfora
además de los propios desplazamientos de su vida íntima, cuando ser gay todavía
era un problema y el sida, una condena a muerte): Freddie Mercury antes que
músico pop es un artista, de esos que surgen muy de vez en cuando y que cuando
lo hacen, sacuden al mundo entero. El reinado sigue, sin dudas, intacto.