lunes, 12 de noviembre de 2018

CINE: ROJO / LA DUDA

La duda

Llorar no solo es liberador sino que también posee efectos terapéuticos. Hacerlo en el cine, al final, cuando se están encendiendo las luces, ya es un poco más complicado; más aún, si como música de fondo suena Jairo con el valle y el volcán. Hacía mucho no me pasaba, tal vez años: "Rojo" quebró la racha. Clásico mediante, la sala estaba medio vacía, entro al cine con el segundo gol de Boca. Empieza el film en la pantalla y, casi en simultáneo, el otro, en la cabeza: la adolescencia, los pantalones Oxford, el pueblo chico, que bien podría ser Asunción de mediados de los 70, las coreografías del colegio… Y la abrupta intercepción entre lo que se está proyectando y aquello que voy desenterrando. Ningún detalle en especial, nada de la trama, ni las múltiples metáforas y simbolismos, que a veces resultan demasiado obvios, sino esa complicidad que respiré por lo menos los primeros 20 años de vida. Silencios atroces, conciencia de la hecatombe innominada, aire enrarecido, ese fascismo que nos iba formateando hasta en los mínimos detalles. Por lo menos a nosotros, los todavía inocentes. El acto final, que no voy a spoilear, desata la bronca y la impotencia acumuladas y silenciadas por décadas. Siempre queda la duda: es cierto, teníamos 14 años, pero, ¿qué no dijimos? ¿Qué no preguntamos? ¿Qué naturalizamos? ¿Fuimos cómplices precoces de una educación autoritaria que nos iba autorizando, a la vez, a repetirla en la vida adulta? Y lo que aún es peor: ¿qué nos queda, inconscientemente, de aquellos adoctrinamientos? ¿Cuánto horadaron dentro de nuestros cuerpos hasta confundirse con ellos? Preguntas que valdrían hacerse, sobre todo ahora, que parece que el fascismo está volviendo a desplegar sus garras. Y sus lecciones.