Los monstruos
Un huésped del cuerpo eterno: no se instala pero tampoco se va definitivamente. Un amante
furtivo y violento, al que se odia con la misma intensidad que se lo necesita
(jamás un esposo ni alguna aberración semejante): merodea, acecha, seduce, lanza
el zarpazo en los momentos menos pensados. Conciliar, no queda otra
alternativa: estará allí lo que dure nuestras vidas. Y con suerte, no se las
llevará consigo. Así son los trastornos mentales. Sin embargo, no
siempre son los peores enemigos: al fin y al cabo, ¿qué es la normalidad? La
destrucción a veces suele venir de la mano de los tratamientos, que aspiran a
no dejar dudas sobre aquella pregunta. A grabar a fuego en los cuerpos enfermos esa norma tan prestigiosa y solo repudiada, como pose
o taquilla, cuando se está bien parapetado detrás de ella. El problema es que una con los psicotrópicos cada vez
se parece menos a sí misma. A esa enferma que por fin había entablado vecindad
con lo otro. Una extranjera medio analfabeta, entonces, en territorios
normalizados.