Suicidas
Estas líneas surgen inmediatas de una nota que leí en el
diario sobre Silvia Plath. Conozco poco de su obra;
me llamó la atención su poemario, Ariel, que “coincide” con el título de mi segunda novela, en eterna construcción. No sé, ¡quién podría!, si el oficio de
escritor/pensador/poeta es peligroso. De lejos, o sea, desde una perspectiva más
trivial, parecería un juego de niños. Un estado de gracia. Desconfío, sin
embargo, de estas categorías. No sé si al trabajar con pensamientos y palabras no se está tan expuesto al riesgo como un obrero de la construcción, un minero o un colectivero. Con la desventaja
de que al poseer materialidades
intangibles, suele sospecharse de
inocuo. El problema surge cuando ese escritor se pone
en juego, cuando ignora las advertencias y las luces de alarma; cuando se interna en territorios donde ofrece su cuerpo de rehén y
salvoconducto. De escudo y parachoque. Lo sabemos quienes escribimos: hay un
momento en que una voz nos susurra detención, hasta ahí nomás, es suficiente, ¡peligro! arenas movedizas. La
mayoría de la producción literaria actual está poblada de estas obras detenidas. Guarecidas. Que por
supuesto, no pasan por el tema que abordan sino por ese cuerpo que, precavido, se salvaguardó con la esperanza de la fama o la taquilla. O de la supervivencia (se las reconoce a simple vista: abordan temas "malditos" con el piloto asegurado contra tempestades, circulan muy bien en salones y en suplementos culturales, o en higienizados programas televisivos). Cuerpo ofrecido al relámpago de los dioses, diría Heidegger. Nos internamos en lugares inhóspitos, sordos, sin brújulas ni coordenadas conocidas, nada sabemos de su fauna, ni de sus posibilidades de
habitabilidad. Y sobre todo, de sus vías de escape, de retorno al mundo real. Que ya de
por sí es, para todo verdadero artista, un escollo. Esa brecha, entre los mundos, el real y el “inventado”, suele convertirse a veces en el precipicio
por donde caen aquellos que no encontraron ni el escondite salvador ni la pelota
candente que se lanzará sobre el cuerpo del otro para sacarse la prenda de
encima. Casi como cualquier juego de infancia.