viernes, 19 de octubre de 2018

ESCRITURA DE UN LIBRO (5) / SUICIDAS

Suicidas

Estas líneas surgen inmediatas de una nota que leí en el diario sobre Silvia Plath. Conozco poco de su obra; me llamó la atención su poemario, Ariel, que “coincide” con el título de mi segunda novela, en eterna construcción. No sé, ¡quién podría!, si el oficio de escritor/pensador/poeta es peligroso. De lejos, o sea, desde una perspectiva más trivial, parecería un juego de niños. Un estado de gracia. Desconfío, sin embargo, de estas categorías. No sé si al trabajar con pensamientos y palabras no se está tan expuesto al riesgo como un obrero de la construcción, un minero o un colectivero. Con la desventaja de que al poseer materialidades intangibles, suele sospecharse de inocuo. El problema surge cuando ese escritor se pone en juego, cuando ignora las advertencias y las luces de alarma; cuando se interna en territorios donde ofrece su cuerpo de rehén y salvoconducto. De escudo y parachoque. Lo sabemos quienes escribimos: hay un momento en que una voz nos susurra detención, hasta ahí nomás, es suficiente, ¡peligro! arenas movedizas. La mayoría de la producción literaria actual está poblada de estas obras detenidas. Guarecidas. Que por supuesto, no pasan por el tema que abordan sino por ese cuerpo que, precavido, se salvaguardó con la esperanza de la fama o la taquilla. O de la supervivencia (se las reconoce a simple vista: abordan temas "malditos" con el piloto asegurado contra tempestades, circulan muy bien en salones y en suplementos culturales, o en higienizados programas televisivos). Cuerpo ofrecido al relámpago de los dioses, diría Heidegger. Nos internamos en lugares inhóspitos, sordos, sin brújulas ni  coordenadas conocidas, nada sabemos de su fauna, ni de sus posibilidades de habitabilidad. Y sobre todo, de sus vías de escape, de retorno al mundo real. Que ya de por sí es, para todo verdadero artista, un escollo. Esa brecha, entre los mundos, el real y el “inventado”, suele convertirse a veces en el precipicio por donde caen aquellos que no encontraron ni el escondite salvador ni la pelota candente que se lanzará sobre el cuerpo del otro para sacarse la prenda de encima. Casi como cualquier juego de infancia.