Deseo y peligro
¿Cómo las ideas, a veces un poco atolondradas, fugitivas como
nubes de primavera, consiguen aquietarse y transformarse por fin en libro? ¿Cómo
eso que martillea, incomoda, a veces por décadas, o desde que se tiene uso de
razón, incluso que nos constituye en el mundo como un ADN adquirido, una
mutación genética que nos invalida, incapacidad invisible pero productora, el
bloque de cemento de algún lanzallama de Arlt, de golpe decide convertirse en
letra impresa, circular de mano en mano, o aletargarse en alguna librería o
biblioteca? ¿No hay algo de obscenidad en esto de expulsar pasiones, sacárselas
de encima, como diría Schiele? Probablemente. Tanto como suponer que eso se “presentará” en dicha escritura. En todo caso, acentuará desgarro y exigirá, cada vez a mayor celeridad, el
silencio. ¿Qué otra cosa
sino es escribir que develar esa imposibilidad? Y sin embargo, la insistencia. El
Autor, a cada palabra, se queda un poco más afuera. Agranda distancia. Se
recusa doblemente, como personaje de Kafka, para recién allí retornar brevemente
al mundo. Para seguir oteando el peligro, padeciendo el incesante (y a veces insoportable) deseo.