Escritura y fracaso
Escribir
es tratar de contestar alguna pregunta que formulamos alguna vez y que
olvidamos. O, lo que es lo mismo, tratar de encontrarla. La escritura es
insatisfacción y olvido. O nomadismo activo. No se aquieta ni aún con la letra
impresa, su geografia es siempre inestable. Veo mis libros publicados, me recorre la extrañeza. Algo se movió de
foco, o ellos o yo. O ambos. Somos en última instancia seres vivos que se
estudian con recelo. Se desconocen, o se conocen muy bien. Como dos amantes que
se vuelven a encontrar después de un tiempo: no queda nada pero allí está, eso
innombrable que los vuelve tan extraños como cercanos a la vez. Fuera de foco;
¿qué escritor-pensador serio no lo está? Seguramente en este momento no hay nadie allí afuera,
a la escucha y a la espera; vendrá después, o ya estuvo.
Ese es el fracaso de toda escritura que va contra su propio tiempo y que habita territorios móviles. Pero probablemente también su victoria. Felicidad y escritura están en frecuencias
diferentes, planos paralelos que, por mero instinto de conservación, se miran
de lejos, mantienen distancia. Por suerte. Hoy, a las puertas del otoño, se
inaugura esta nueva columna, Afuera, que saldra
los domingos en este espacio.
Foto: Z.L. (Marzo 2018)