El empobrecimiento de la práctica política
En los 80, herederos
de los nefastos 70, se militaba en otra forma. Y esto no es un lugar común, ni
un gesto melancólico. La forma y el contenido constituían una unidad que era
prácticamente imposible que el poder se apropiara de aquellas luchas, salvo por
la fuerza, claro está. El enemigo era tan claro que no había conciliación
posible. Por eso, era imprescindible la teoría como práctica. Nos formábamos como
militantes (aunque en plenarios y reuniones de agrupación, a veces termináramos a los
gritos). Sin ella, nos convertíamos en blanco fácil, idiotas útiles, cooptados
o desertores. La lucha nos consumía las 24 hs. del día. Y no era excluyente:
trabajadores, estudiantes, explotados, olvidados del sistema: todo oprimido era
el objetivo y el motor. Y claro está, los desaparecidos. Ese rasgo tan
distintivo de la modernidad, buscar siempre unidades, totalidades y cofradías
incluyentes y solidarias, es lo que se perdió en esta nefasta postmodernidad.
Hoy, hay derecho de admisión; hoy, hay tenidas que cumplir; hoy hay cinco o
seis reclamos contra un enemigo que es una fantasmagoría, el patriarcado. Hoy
se lucha contra el viento. Por eso, con extrema facilidad, se cae al otro lado:
porque no hay raíces ni saberes ni sustentos. Es la remera del Che que circula prostibularia y adquiere la identidad de quien la viste. La
primera explicación que se me ocurre es que el neoliberalismo y también el
populismo hicieron muy bien su tarea, desmantelar los espacios de pensamiento,
atacar fuertemente la educación y la cultura. Hoy, pero desde hace ya décadas,
escuelas medias y facultades están en una orfandad irreparable. No se producen
ideas ni pensamiento crítico. Allí, empezamos a morir un poco.
(Fotos: Mayo Francés / 8M )