CRÓNICAS PROVINCIANAS
Utopía
Qué lejos están estos pueblos de la capital.
Qué distancia emocional, a veces insalvable. Surge la duda, eterna: las
posibilidades tanto materiales como existenciales de estos núcleos comunitarios
pequeños y en muchos casos, aislados. “Es un gran sacrificio enviar a nuestros
hijos a la universidad”, coinciden en Pringles y Laprida. ¿Por qué hay tan mala
comunicación entre pueblos? ¿Habrá algún motivo oculto para esta inconexión,
solo interrumpida en el caso de las grandes ciudades, como por ejemplo
Olavarría? ¿Qué política territorial existe para esta provincia monstruosa, que
tanto puede arrutinarse con una pampa eterna como de pronto verse surcada por
serranías o lagos asesinos, como el mortífero Epecuén, que sepultó a una villa
que jamás resucitó? Allí quedó, como castigada por un designio divino. Como
también, solitarias se erigen las obras del olvidado Salamone, aquel arquitecto
que desafiando los mandatos centrales de la ortodoxia académica dejó en claro
que todo poder siempre estará seguido de su sombra. El pueblo o poblado es una
construcción lingüística, oscila entre el romanticismo del origen, de los
primeros tiempos de la vida recolectora y artesanal, y cierta inquina contra
todo lo relacionado a las innovaciones tecnológicas que configuran una
metrópolis. Pueblo y campo repiquetean a veces como terapéuticas del agobiado
hombre de la gran ciudad; a veces, como retraso. Difícilmente, como
alternativas de producción de formas de vida sustentadas en la solidaridad y la
comunión pero con tantas posibilidades existenciales como cualquier ciudad.
Aquellos vecindarios orgánicos que alentaba Gropius en 1949 frente a la debacle
de la utopía moderna: “Abrumada por las potencialidades milagrosas de la máquina, la codicia
cotidiana humana ha intervenido en el ciclo biológico del compañerismo humano
que mantiene saludable la vida de una comunidad….La vida de la comunidad debe
ser equilibrada nuevamente; el impacto de la máquina debe ser humanizado. La
llave de una exitosa rehabilitación de la comunidad es el propósito de convertir
el elemento humano en el factor dominante…. La ciencia, el arte y la
filosofía están listos para proveer los elementos para un nuevo orden.
Solamente dentro de su propio vecindario podrá el ciudadano actual experimentar
y aprender el procedimiento democrático de dar y recibir. Unidades vecinales
sanas son, por lo tanto, la simiente de mejores relaciones humanas y de niveles
de vida superiores…”
Nos llevamos de Azul, de
Laprida, de Pringles, de Carhué, de la devastada Epecuén, de algunos instantes
de Saldungaray y Ventana, la calidez de los que solidariamente nos
acompañaron en la travesía; nos llevamos también la obra del rebelde Salamone,
el canto de los gallos, el silencio de sus siestas interminables y la soledad
de tantos olvidos que se transitan por sus calles y sus plazas. Y sobre todo,
en miradas melancólicas que nos preguntan si retornaremos alguna vez. Esperemos
que sí.
Fotos Zenda Liendivit / Diciembre 2015