SALAMONE, PODER Y TERRITORIO
Puebladas
El tiempo se apiada de nosotros, el día
está soleado y fresco, precioso, azul, como el primero de nuestros destinos.
Después seguiríamos hacia Laprida, Coronel Pringles, Saldungaray y Carhué.
Desde el inicio del viaje, nos damos cuenta, debemos reformatearnos y entrar al
modo pueblo. Saludos de los transeúntes ocasionales que nos ven lidiando con la
cámara de fotos y el viento, la charla amistosa, la mirada curiosa, los perros
vagabundos que ofician de guía y exigen recompensa. “Pero, ¿quién es ese tipo,
Salamone?, nos preguntan sorpresivamente en Azul. Salvo el edificio municipal,
el matadero y el cementerio parecen un poco abandonados. El pueblo parece
abandonado. “Viene muy poca gente. Van más al monasterio trapense, que está a
unos kilómetros de aquí y es hermoso”, nos dice el guía azulino. Le digo que
necesito un retiro espiritual: al parecer solo hay que solicitar turno con
anticipación. No se permiten celulares ni otros dispositivos electrónicos. La
idea cada vez resulta más atrayente. “Todo Laprida debe estar hablando de Uds.”,
se ríe el taxista que nos lleva a Pringles. Nos cuenta que el intendente del
FPV fue reelecto y que está entablando puentes con Macri porque se quedó solo:
allí todos pensaban que ganaba Fernández. Que Michetti es de Laprida, que
conoce a la familia y que incluso el nuevo presidente ya anduvo por allí. Que
el pueblo vive del campo y de la administración pública. Igual que allá, le
decimos, solo que lamentablemente nos falta el campo. Un buen rato del viaje
para hablar mal, sutilmente, de los porteños. Adherimos en todo, pero nuestro
conductor no expresa resentimiento sino sabiduría: la ciudad los está matando,
nos dice.
El perro del matadero de Laprida me sigue
con paciencia. Orejas largas, mirada dulce, actitud sumisa; me detengo para
enfocar, y allí nomás, sus dos patas sobre mi falda esperando la caricia:
acostumbrada a vivir entre gatos, esta fidelidad me desconcierta. El derrotero sigue. En Pringles la queja es
abierta. “Estos pueblos de la provincia se están muriendo, de olvido, de ocio,
de falta de perspectivas”, nos dicen. Hay comunidades que durante los 90 se
convirtieron en fantasmas: fue cuando murió el ferrocarril. Ni hablar de las
comunicaciones: nos cuesta dos micros y una combi llegar de Sierra de la Ventana a Carhué (esta
crónica se escribe durante la espera).
Se entablan diálogos de carretera y yo me
pierdo en esa pampa interminable, monótona y rumiante, solo de tanto en tanto
interrumpida por algún ya viejo cartel electoral. Todavía me resulta difícil imaginar el impacto
de la obra de Salamone sobre estos pueblos de fines de la década del 30. Pienso
en el Barolo y en