El año nos transcurrió, así nos parece ahora, entre escritura,
correcciones, imprentas, valijas y elecciones. Año de intensos claroscuros, con
un raro enero que se llevó a una redacción en París y a un fiscal aquí. El
oficio de intelectual, lo comprobamos, también puede resultar insalubre. Se
ponen en juego las ideas pero también el cuerpo. La pasión y el desgaste: algo
de nuestra salud también quedó por el camino. Pero la historia no empezó este
año, sino mucho tiempo atrás. Por hablar, pensar y, sobre todo, publicar
a la intemperie nos han allanado alguna vez la redacción, con perros y
uniformados incluidos; nos han dejado sin red incontables veces, la
distribución de nuestras producciones (realmente independientes, no solventadas
con fondos públicos ni corporaciones mediáticas) también sufrió sus propios
derroteros. Dejamos amplio testimonio de estas censuras y de estos atropellos
en todos los canales que fuimos abriendo, precisamente, para evitar el
domicilio fijo (al que como Baudelaire, también detestamos). Aquí estamos, con
quince años a cuestas. Con pasados personales, violentos y sublimes, que
comulgan para seguir pensando, resistiendo las atmósferas adversas,
produciendo. ¿Qué más podríamos hacer? La cultura forma parte de nuestra
biografía, no hay posibilidad, ya no a esta altura, de división alguna. Como en
Nietzsche, el pensamiento es nuestra tarea vital, palpitar del espíritu y no
oficio accesorio. No tenemos afuera y sin embargo, allí estamos, allí
permaneceremos, allí seguiremos pensando: los nombres, los hechos, las
circunstancias son y serán apenas contingencias. Revista Contratiempo siempre
será crítica.