La ciudad intensa
Manhattan es imprevista, a pesar de su trama ortogonal: algo
parece estar pasando siempre en calles, plazas y plazoletas, en veredas y
umbrales, en grandes avenidas y en pequeñas transversales. El distrito más próspero
de Nueva York responde al modelo de ciudad donde las multitudes vuelven a ser
las protagonistas no ya como masas mecanizadas sino como flujos con autonomía
de movimiento que se entretejen con la propia trama urbana. Esto está dado principalmente
por el turismo y las migraciones pero también por las diversas formas que
adquiere el trabajo y los modos de subsistencia. En Manhattan, cualquier espacio público puede convertirse en ocasión y
destino, y ser resignificado a la manera del ocupante ocasional –se puede
almorzar sentado en la vereda o en una escalinata; dormir la siesta en un banco de la
5° Avenida o en los jardines del Museo de Arte Moderno; bailar en las veredas del Times
Square o participar de un film en alguna calle del Greenwich Village. Del mismo
modo que el capital privado provee usos y mercancías estratificados de acuerdo
a cada grupo social, el espacio urbano se flexibiliza ofreciendo estas
posibilidades de transformación, y de alguna manera, de integración, a fin de
que precisamente esta heterogeneidad que funda y sostiene la ciudad, y su
prosperidad, no presente grandes focos de conflicto. Pero también el uso
dinámico y participativo del nivel cero contrarresta la deshumanización de sus
rascacielos y del propio ritmo metropolitano que exige un alto precio a cambio
de la pertenencia. Al lujo ostentado en tiendas,ocio y construcciones, se le contrapone esta intensidad del uso de la
ciudad, donde cada quien puede elaborar su propio recorrido, elegir el perfil y
la atmósfera, instalarse o pasar. Y siempre habrá una multitud que lo acompañe.