domingo, 10 de octubre de 2021

CLEMENTINAS (2) / DULCE Y SALADA


Para llegar al puerto tengo que sortear el letargo del colectivo local y cientos de autos, de todas las gamas, que con el estacionamiento de Mundo Marino colapsado, ocuparon las periferias. Un poco más lejos, las termas ya no tienen cupo desde el sábado. Unos niños me muestran los cangrejos bebés que juguetean en el barro del arroyo; yo no les muestro los cangrejos adultos que, a unos pocos metros, devoran a su presa, los restos de un pez plateado. Las embarcaciones que todavía resisten flotan bucólicas. Las otras, ya son esqueletos y están sobre la arena a modo de museo. Es mediodía y los restaurantes portuarios, no más de cinco o seis, están colapsados. “El lunes se van todos”, me dice el dueño del hotel donde me alojo, en pleno centro. Y debe ser así: hoy, durante el partido de Argentina, los turistas se agolpaban en la peatonal en busca de souvenirs y dulces regionales. Al día radiante y celeste le siguió una noche preciosa, con una ligera llovizna que pasó sin pena ni gloria. El pueblo vive la euforia de este fin de semana larguísimo, a pesar de los comerciantes: un desayuno convencional puede salir el doble solo cruzando la calle. “Mejor no tomes taxi, usá el transporte público, te aceptan la sube”, me informa un guardacoches. Y remata: “Te sacan la cabeza”. La arena de las dunas se me mete en los ojos cada vez que el viento, que aquí parece bastante caprichoso, cambia de dirección; el olor de rabas fritas ya me está dando náuseas. Y sí, los taxis son imposibles, sobre todo si te ven con una cámara al hombro. Pero, ¿qué sería la vida de playa sin estos condimentos esenciales?