Botón antipánico
Este virus hace y hará lo que quiera con o sin
prohibiciones. EEUU y Brasil (también México) tienen ciudades híperpobladas,
hacinamiento, comunidades propensas a determinadas enfermedades, y por lo
general mal alimentadas, y muchas veces en estado de pobreza (como la
afroamericana y la inmigrante). Europa, por su parte, aporta sociedades muy
envejecidas. Poblaciones de vulnerabilidad crónica desde antes de cualquier
pandemia abundan en todo el planeta. Trump y Bolsonaro gobiernan a más de
500.000.000 de personas entre los dos. Festín para cualquier virus, aunque
fuera solo una gripe fuerte y más contagiosa que las cepas de años anteriores.
Y lo es: de lo contrario, ninguno de esos países tendría esa tasa de letalidad.
Si fuera un virus monstruoso, hablaríamos de millones. Porque así son los virus
monstruosos. Lo que se conjuga con la alta contagiosidad de esta gripe-neumonía
es la corrupción de los sistemas de salud a nivel mundial y el oportunismo de
los planes económicos-políticos que por lo visto aspiran a una recomposición
del poder global. Todos los gobiernos del mundo están en problemas porque el
mundo está harto de ellos. Ya no quiere ni carceleros ni salvadores. Menos aún,
vivir en la virtualidad ni en palabras vacías. Que es en lo que se convirtió la
política. Europa parece haberlo entendido: no más cierres ni aunque el virus
rebrote. Merkel, en su discurso en Bruselas, pidió no hacer mucho disturbio, no
tuvo suerte: las calles de Berlín se llenaron de manifestantes hartos hasta de
los barbijos y de las distancias antipáticas (los tildaron de ultraderechistas:
se equivocan, intencionadamente, otra vez). El virus circulará igual con o sin
ellos. Lo único que resta es que cada Estado preste, como política sanitaria,
especial atención a las poblaciones vulnerables. Pero como a veces ni siquiera
están dispuestos a esta inversión, es decir a costear una salud pública que los
priorice y que cuente con los insumos y personal necesarios en tiempos de
pandemia pero también en tiempos “normales”, algunos optan por cómodos
encierros eternos para luego deslindar culpas en aquellos que no los cumplieron
(y de paso gobernar a su antojo). Amenazar cada tanto con apretar un botón y
volver a encerrar a la población si los casos siguen subiendo, aceitando de
paso la maquinaria del miedo con funcionarios augurando necrópolis masivas, no
es democrático. Ni siquiera es real puesto que la obediencia es poca y el
resultado nulo. No habría que tensar tanto los hilos de una sociedad exhausta,
por la enfermedad pero sobre todo por los políticos y comunicólogos difusores
del terror. En todo caso, sería más saludable instaurar en estos tiempos
anómalos un gobierno de coalición. No derrotará al virus. Pero tal vez salgan
ideas más creativas. Y se olviden por un rato de las encuestas y de las
elecciones del próximo año. Y del espanto de no saberse “queridos” en los
centros neurálgicos en lugar de ir contra ellos.